(Once)

OscarCampos

“Las rosas,

tienen sus espinas

para advertir el cuidado

de su belleza.

Hay espinas

 guardianes del agua,

como el cactus en el desierto,

como el silencio custodia las palabras.

¿En la ciudad que cuidan los habitantes?”

 

En medio la inmensidad del desierto,

como una mano desde la arena,

un cactus solitario,

el joven se acerco

sus dedos como hilos en la brisa

tocaron la piel de espinas,

No todas las espinas son resistencia,

son el anticuerpo de su hábitat,

como el agua a un sediento eterno”.

 

Con cuidado,

Rasgo la corteza,

El agua del rocío,

emergió como un rio débil

desde las venas del cactus,

este diminuto manantial

sostenía la inmensidad,

sostenía lazos de vida.

 

Bebió con la calma del silencio,

entendía que en algún lugar

la vida guarda un regalo,

pero también guardan dolor

para que aquellos que buscan

con una llama de pasión,

incluso lo más arisco,

contienen un hilo de dulzura.

¿Cuánta dulzura hay en las calles

de una ciudad liquida?

Quizás, como en el desierto,

la vida se esconde en paredes de hierro

como espinas, separa los cuerpos,

pero en las grietas del asfalto,

el mismo rocío

que da vida al cactus.

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