Tengo a una niña, su nombre es…
No, ¿Por qué habría de decir su nombre o aspecto?
Hablemos más profundamente.
Adentrémonos a su intimidad. Su mente.
Tengo a una niña en la memoria. Es una niña pequeña, cuatro años tiene. Short y camisa, el suelo y la tierra sus zapatos. Juega en la inmensa (para ella) pradera campestre. No tiene juguetes, sabes, sino en cambio, juega con la imaginación. Juega con sus primas. Dos primas tienen la niña, una de su misma edad, otra un año extra. Calzón y camiseta, descalzas. En ocasiones así andan las tres. Ellas juegan, juegan a jugar que hay un mundo en el que aparecen mil niñas como ellas, cada una de ellas según marque la hora. Todo en sus cabezas. Llegó la hora uno, apareció una en alguna parte de alguna esquina, totalmente diferente a la de la hora dos, a la de la hora cinco y, la de la hora seis no la han logrado conocer. Entran a cenar.
Comienza a anochecer, los abuelos gritan desde la casa. ¡Éntrense ya!
Ha anochecido, ya es peligroso, tanto por los animales pensantes como el de los que no piensan y se arrastran.
Tengo a una niña que cuando entra, va a casa, (la del padre), la de la madre está a unas cuantas cuadras lejos, pero a veces hay conflictos incomprensibles.
En la del padre también, uno en específico, el alcoholismo.
—No pasa nada, cariño. — Dice la abuela. — Solo está tomado, mañana pedirá perdón.
Mañana, las lágrimas de la niña ya han secado.
Mañana ya es otro día, hay que regresar con la madre, después de que el padre pida perdón y diga, no volverá a pasar, pero la niña no es tonta, ellos piensan que lo es, pero no es así, sabe que volverá a suceder.
¡Ah! Llega el mañana, la madre ha olvidado en donde ella estaba, no contó bien. Contó una niña, contó dos niñas, contó tres niñas, se le olvidó contar cuatro niñas. La cuarta estaba con el padre, el alcohólico, el que en su sexta dimensión dijo cuanta cosa mala no pudo decir de la madre que olvidaba contar a la cuarta niña. La niña lloraba en las noches. Era el tiempo de los exámenes, aprendió a leer. La niña que tengo ahora en la hora cuatro no es la misma, ahora tiene siete. ¡Sabe leer! ¡Sabe escribir!
La niña escribe, pero no puede aún conjugar una palabra con la otra para que todas tengan sentido, o más bien sentimientos. Ve en la escuela que hacen actos cívicos. A la niña más bonita, a la más limpia y a la de mejor aspecto, a la más delicada la ponen a leer poemas patrios. La niña de los siete, en la casa de madera vieja donde vive la madre, ahí, hay una montaña de piedras, en la punta de la montaña un árbol. Ahí va la niña con cualquier hoja, se inventa los poemas patrios, los declama a la escuela entera invisible. La niña no puede declamar en la verdadera, porque no tiene higiene, llega con olor a orines cuando está en la casa de la madre. La madre tiene que ir al trabajo corriendo, tiene que alimentar a cuatro niñas, lidiar con la manutención que debe darle el padre de la niña cuatro. No hay tiempo, un niño cinco viene en camino. No hay tiempo. En las noches la madre tiene que jugar a enamorarse de hombres patéticos, ¡No hay tiempo!
La niña en mi mente, a las cuatro y veinte de diecisiete años atrás, ya no tiene siete, tiene nueve. Está cansada se va a la casa del padre “permanentemente”. La abuela y la tía allá la tienen mejor, excepto en las noches, cuando el padre llega a recordarle que la mamá “No la quiere”. —Tampoco vos— Piensa la niña, que ya ha adquirido el uso de la razón. La niña llora por las noches. No entiende por qué la vida para algunas niñas no es la misma que para otras. En la escuela, hay una niña con leucemia, a otras dos se les ha muerto la madre, cinco tienen padres geniales. Son cuarenta y tantas niñas, todas creciendo y, ahora, ahora que ya no son niñas, sino mujeres, no se sabe que fue de ellas. La niña que tengo en mi cabeza está aquí, invicta en recuerdos, pero de igual forma, tampoco sé que fue de ella, la inocencia se le esfumó. Percibe el mundo diferente. Se disipó en fatídicos momentos en los que se vio obligada a desocuparse y morirse.
Tengo en la mente a la hora cuatro cuarenta y uno a la niña nuevamente de seis años. Hay una pequeña montaña de tierra en donde los niños mayores juegan a que es una rampa donde hacen “truquitos” con sus bicicletas. A las dos primas las ha entrado el padre estricto a hacer planas, la niña de mi mente se ha quedado sola en el campo jugando. El campo en inmenso espacio le hace pensar y, mirar al cielo, sabe que no tanto como arriba, suceden infinidad de cosas y, por ver arriba tropieza y cae, ella sin saber, le espera mucho tiempo más así, en diferentes edades y en diferentes facetas, a veces siendo la misma niña, a veces siendo una mujer, pero siempre viendo al cielo de aquel campo pensando cuando dejara de caer, porque las rodillas ya desde hace mucho le sangran, tanto como el alma.
-Alexandra Quintanilla Toledo
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Autor:
AleQ (Seudónimo) (
Offline)
- Publicado: 28 de diciembre de 2024 a las 13:17
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 15
- Usuarios favoritos de este poema: WandaAngel, EmilianoDR, Josué Gutiérrez Jaldin, Mauro Enrique Lopez Z., Jaime Correa
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