Suben al tren, personas y sombras,
con el paso resignado de la rutina,
las caras aún veladas por el sueño
y en los ojos, un destello apagado
de cielos que no miran.
Viaja el tren por las hondas entrañas
de campos que se desperezan en el amanecer:
una fábrica se perfila en la bruma,
los árboles, temblando, murmuran secretos,
y el río, siempre el río,
como un verso de agua que nadie escucha.
En su interior, el vagón alberga su propio frío.
La jornada se estira como un día sin fin,
los deseos caen al abismo del olvido,
y los sueños, deshechos de tanto esperar,
vuelven a descansar en su nido.
Pero entre la penumbra surge una grieta:
una muchacha dibuja en su libreta,
no paisajes, sino futuros posibles.
Un joven de mirada serena
piensa en la risa tibia de su hijo,
en las caras de quienes le esperan.
Y en un rincón, dos voces pausadas
se entretejen en busca de una estación distinta.
Y el tren, sin prisa, sigue su paso:
lento y eterno, como el tiempo que se arrastra.
En el andén, las siluetas se apagan,
nombres perdidos entre la multitud en las calles.
El tren sigue su marcha, tristemente fiel,
y en el eco de sus ruedas se graba el aire:
el rumor eterno de un nuevo destino.
José Antonio Artés
Comentarios1
Sin querer, subí en ese tren.
En tus vagónes de vivas letras.
Viví, una nueva experiencia.
Solo con leerlo.
Saludos.
Sierdi muchas gracias por tu grato comentario. Te deseo un feliz año 2025. Un abrazo
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