A veces es mejor no contar lo que nadie creería, pero siempre hay curiosos que quieren saber, por eso me siento en libertad de narrar algo de lo que me han asegurado jamás ha sido contado.
En un rincón del Oriente Medio, tres jóvenes nacidos en la opulencia, hijos de mandatarios de naciones musulmanas, comenzaron a experimentar un suceso inquietante: el mismo sueño repetitivo. Cada noche, sin falta, un resplandor cegador les indicaba un camino incierto, una voz les susurraba que debían partir y dejar atrás sus privilegios. Aunque separados por fronteras, culturas y lenguas, el sueño fue un hilo invisible que los unió.
Mahmoud, el hijo del presidente de Egipto; Idris, primogénito de un emir saudita; y Samir, descendiente de un influyente líder jordano, se contactaron tras compartir sus experiencias en una red diplomática de élite. Decidieron emprender un viaje por el Medio Oriente, una travesía que desafiaba no solo su seguridad, sino también las convicciones inculcadas desde su infancia. No buscaron escoltas ni lujos, solo mochilas ligeras con agua, alimentos, y una esperanza compartida de encontrar el significado de su visión.
La guerra asolaba aquel sector de mundo, brutales matanzas por causa de creencias religiosas y desigualdades. El olor a muerte cincelaba lágrimas sobre rostros inocentes, por eso desde los primeros pasos, su camino estuvo marcado por la desolación. En Siria, cruzaron ruinas que alguna vez fueron hogares llenos de vida, ahora destruidos por años de guerra. En Iraq, el estruendo de las bombas fue un recordatorio constante de la fragilidad de la existencia. Mientras avanzaban, reflexionaban sobre el verdadero significado de la yihad, el concepto que tantas veces habían oído tergiversar.
-"Yihad no es matar", afirmó Idris. "Es luchar por el bien, por la justicia y contra el egoísmo". Mahmoud asintió. "Lo que vemos aquí no es yihad; es una perversa manipulación".
Para disimular su andar y mantenerse con un bajo perfil, decidieron abandonar sus vehículos y utilizar el tradicional medio de transporte, el camello.
Un día, en medio del desierto sirio, una patrulla armada los interceptó. Para ocultar sus identidades, los tres acordaron utilizar sobrenombres. Mahmoud se convirtió en Melchor, Idris en Gaspar, y Samir en Baltasar. La tensión aumentó cuando los soldados les exigieron explicar su presencia. "Somos viajeros", respondió Samir con serenidad, "en busca de un propósito mayor". Algo en sus palabras, o quizá en el brillo de sus miradas, disuadió a los soldados, que finalmente los dejaron partir.
Guiados por el resplandor que habían visto en sus sueños, los jóvenes cruzaron Jordania y Palestina hasta llegar a las afueras de Belén. La ciudad estaba sitiada, y los controles militares eran estrictos. Aún se escuchaban intensos combates a lo lejos en un lugar llamado Gaza.
En un puesto de control, los soldados los registraron minuciosamente. Aunque sus mochilas contenían poco más que pan, frutos secos y una petaca de agua, los guardias miraban con desconfianza.
Justo cuando parecía que serían detenidos, un estruendo sordo distrajo a los soldados: en la distancia, una luz intensa emanaba desde lo que parecía ser un refugio antiaéreo.
Impulsados por una fuerza inexplicable, los tres amigos corrieron hacia la luz. Cuando llegaron, encontraron a decenas de personas amontonadas en silencio, refugiándose de la amenaza de los bombardeos. De repente, una voz poderosa resonó, aunque nadie supo de dónde provenía.
--"Dejad que vengan a adorarme", dijo, dejando a todos perplejos.
En medio del desconcierto, los jóvenes cayeron de rodillas, comprendiendo que su viaje había sido más que una búsqueda terrenal. Los presentes los miraron con asombro, y en el aire se sintió una paz que contrastaba con el caos exterior. Habían llegado al destino que sus sueños les habían prometido, y en ese momento, entendieron que el verdadero significado de la yihad era este: un esfuerzo por el bien común, por la conexión espiritual y la fe compartida.
Los pertrechos que dichos jóvenes traían en sus mochilas se transformaron en paz, amor e igualdad.
Nadie reparó en un pequeño letrero a la entrada del refugio que decía: "Hogar del hijo del hombre"
Justo Aldú
Panameño
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YIHAD: El sexto pilar del islam, para algunos musulmanes extremistas, significa “Guerra Santa” para otros, Es luchar por el bien, por la justicia y contra el egoísmo.
EL ULTIMO MANDAMIENTO: Amar los unos a los otros como yo los amé.
- Autor: JUSTO ALDÚ (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 6 de enero de 2025 a las 00:31
- Comentario del autor sobre el poema: Para millones de habitantes, tres reyes llegaron a adorar al hijo del hombre nacido en un pesebre de Belén. Así lo narran las escrituras. Me he tomado el atrevimiento de modificar aquella historia bíblica y ponerla en un contexto historico-politico actual, en un área tan convulsionada por las diferencias religiosas. Nunca habrá paz sobre la tierra si no comenzamos a deponer absurdas posiciones y dejar a un lado las armas para amarnos de verdad como debemos hacerlo. Todas las religiones y sectas en el mundo persiguen EL BIEN COMÚN. He aquí una historia moderna de los tres reyes magos. FELIZ DIA DE REYES.
- Categoría: fecha-especial
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- Usuarios favoritos de este poema: Josué Gutiérrez Jaldin, JUSTO ALDÚ, Anita🌹, Jaime Correa, Violeta, WandaAngel, Mauro Enrique Lopez Z., Pilar Luna, EmilianoDR
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