Romance por Roldán

RICARDO V

Aconteció un hecho noble

allá por el siglo octavo,

en el que francas cohortes,

al mando de Carlomagno,

fueron presa de vascones

o quizás mahometanos.

Fue de tales dimensiones

que adquirió aquel relato

que en los siglos posteriores

trovadores lo cantaron.

 

Hasta tierras de Navarra

llegaron guerreros galos

en aras de una cruzada

y en pos de un mundo cristiano.

Al frente de las mesnadas

y orgullosas por su mando,

caminaba y cabalgaba

el grande Rey Carlomagno,

un aspirante de talla

al Sacro Imperio Romano.

 

Cruzaron los Pirineos

aquellas huestes de francos

para frenar los anhelos

del yugo mahometano

que con empeño severo

a Zaragoza alcanzaron.

Y hasta aquí con gran denuedo

se presentó Carlomagno,

con gran éxito primero

y un fracaso recordado.

 

Después de años combatiendo,

el carolingio, cansado,

decidió tomar regreso

por Aquitania llamado.

Marsilio, rey sarraceno

y de Aragón soberano,

logró defender su reino

con enjundia de soldado

demostrándole a su pueblo

que es un rey no conquistado.

 

Elegido embajador,

Ganelón acudió presto

a iniciar negociación

con Marsilio el agareno.

Le pudo la envidia y rencor

pero, más pudo el dinero,

y se convirtió en traidor

al descubrir el trayecto

por donde irá su señor

en su viaje de regreso.

 

Escogido Roncesvalles

como paso entre montañas,

los moros, como un enjambre,

tomaron en emboscada

a los últimos baluartes

de una hueste en retirada.

Eran miles de atacantes

contra escasa retaguardia,

mientras el Rey ignorante

iba camino de Francia.

 

Leal prefecto bretón,

Roldán era el comandante,

y en defensa del valor

bregó con furor salvaje

mientras la sangre y honor

de cada uno de sus Pares,

iba cubriendo el verdor

y las rocas de esos lares,

hasta que él mismo tañó

con estruendo su olifante.

 

Sus ecos en las montañas

llegaron lejos y tarde

al ejército que andaba

mucho trecho por delante.

Se tornaron las montadas,

se regresó por el valle,

más la sangre derramada

de Roldán y de sus Pares,

cubría toda la estampa

de una degollina infame.

 

Dicen que Roldán cayó,

no por una cimitarra árabe,

sino por todo el ardor

que le puso a su olifante

y su cuello de león

no aguantó tanto coraje.

Ninguna herida sufrió

ni en contienda, ni en combate,

más por morir se murió

como mueren los audaces.

 

Y con la fuerza de un Dios,

como final desenlace,

también se dice que osó

partir su fiel Durandarte

contra una roca que halló

en ese frío paraje.

Su espada nada sufrió,

ni un deterioro en su imagen,

más la peña se quedó

quebrada en aquel paisaje.

 

Las frías piedras de valle,

llamado de los Valcarios,

junto a las yerbas vivaces

que cubren aquellos páramos,

exudan la roja sangre

de algunos de los soldados

que, enarbolando linaje

de rudos guerreros francos,

murieron por ser leales

a su Rey y a sus vasallos.

 

Carlomagno en su venganza

Zaragoza conquistó,

aplastando con sus armas

y ninguna concesión

a las tropas musulmanas

que infligieron su dolor.

Ya después volvió a su Francia

con duelo en el corazón.

 

A Ganelón lo apresaron

por vendido y por felón

y tras ser ajusticiado

tuvo muerte de traidor.

Fue su cuerpo desmembrado

sin ninguna compasión

por cuatro corceles bravos

y sin derecho a perdón.

 

A Roldán lo entronizaron

en su heroica condición,

adalid de lo cristiano

fue un guerrero valedor,

y los poetas de antaño,

en su honor y admiración,

a su gesta le cantaron

como emblema del honor.

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