Desde siempre sentí el arte recorriendo cada fibra de mi ser. Si miras bien, en lo más recóndito de mí, hay un niño que, confundido al sentir que no encaja con los demás, observa hasta perderse en el blanco del papel que tiene en frente. Mientras tanto, sus padres, agotados por la dura vida que les tocó vivir, apenas tienen tiempo para notar a su hijo en el silencio. ¿No es curioso? Él dibuja, mientras ellos se desgastan en jornadas interminables. Su padre, taxista de tiempo completo, de los que vuelven a casa cuando el cuerpo no da más; y su madre, lejos de descansar, trabaja limpiando casas de personas con mejor posición que la tuya y la mía. ¿Acaso no es así como funciona la vida? Sus sacrificios marcaron a aquel niño, le enseñó que el amor es invisible, pero palpable en cada pequeño esfuerzo. Tú sabes de lo que hablo, ¿verdad? Hay cosas que, por alguna razón, no se dicen, pero que quedan grabadas para siempre.
Recuerdo muy bien, no eras el mejor estudiante. Solo dabas lo justo, ni más ni menos; cumplías con tus deberes en la misma medida que te pedían. Sin embargo, había algo en aquel niño, había algo en ti, que no encajaba con los números ni con las fechas. Te esforzabas, claro que sí, pero en las clases tus manos se escapaban hacia el cuaderno, donde las líneas comenzaban a brotar por sí solas. Comenzabas a formar algo entre ligeros trazos; algo se creaba en aquellas hojas. Dibujabas porque, para ti, dibujar era como respirar, como existir. Y nadie comprendía que, mientras te veían aparentemente distraído, tú estabas completamente presente, creando mundos y personajes. Para ti, esos momentos eran más reales que las lecciones que te obligaban a aprender. Sabías que ahí, en aquellos bocetos, había más verdad que en cualquier libro de texto.
Tiempo después, la música se presentó ante ti a través de un grupo de amigos que conociste en secundaria. Todo cambió cuando te invitaron a unirte al coro. Dejaste el lápiz y las acuarelas; las reemplazaste por el micrófono y tu voz. Aprendiste a cantar, y en esas primeras notas descubriste una nueva manera de expresarte. Observa al joven que fuiste aquella vez, con el micrófono en la mano, rodeado de voces que envolvían como un coro celestial. Y entre todas esas voces conociste a alguien, ¿verdad? La voz de aquella chica te atravesaba el alma. Lejos de enseñarte a cantar, te enseñó a sentir. Y cuando todo terminó en aquel otoño de octubre, te dejó con un vacío que no podías llenar con nada.
Cantar ya no sabía igual, ¿cierto? Lo intentaste en varias ocasiones, pero no era lo mismo. Fue entonces cuando algo apareció en tu vida. Te sentaste frente a una hoja en blanco una vez más, pero esta vez no para dibujar, sino para escribir. Las palabras cobraron un nuevo sentido en el papel. Todo fue a partir de tu profesor de literatura, quien te había mostrado el camino, y desde entonces no había nadie que te detuviera. Porque escribir era otra forma de dibujar y otra manera de cantar. Aun así, siempre hay algo que se podía escapar, algo que ni las palabras, ni el dibujo, ni el canto podían expresar. Y tú lo supiste desde el inicio: no siempre podrías expresarlo todo.
Terminó la etapa del colegio, pasaste a un instituto, y fue allí donde conociste la fotografía. Esta afición por capturar el mundo a través de la cámara. Ahí estabas, con una cámara en mano, buscando la luz adecuada, el momento adecuado, el ángulo correcto. Pero lo que más te gustaba de tomar fotos era que conociste a alguien con los mismos gustos que tú, y que, cuando ella tomaba fotos, al igual que tú, los ojos le brillaban. Destilaba una magia natural cada vez que tenía una cámara en las manos. Finalmente, por temas económicos, tuviste que abandonar los estudios por un tiempo y dedicarte a otras cosas que no eran propias de ti.
Sin embargo, solo era cuestión de tiempo para volver, pero esta vez no al mismo lugar, sino a algo mejor. Ingresaste a la universidad a estudiar cine, y durante los estudios las ganas de querer contar historias renacieron desde muy adentro de ti, como una pequeña llama que se estaba extinguiendo y que volvió a brillar con una ligera, pero creciente, fuerza.
En aquel entonces, la amistad que tenías con aquella amiga del instituto había perdurado por cuatro años. Sin embargo, el cariño que le tenías fue cambiando, y, lejos de ser algo bueno, fue el inicio de su distanciamiento, ya que el amor que se formó entre los dos fue en un mal momento, en un tiempo en el que el corazón de ambos no se encontraba disponible. Ella acababa de terminar con su pareja, y tú iniciabas una relación.
Aun así, a diferencia de tu primer enamoramiento, esto no fue excusa para dejar lo que más te gustaba. Muy alejado de aquella realidad, intentabas contar historias, pese a que aún no sabías qué contar o, mejor dicho, no sabías cómo contarlas. Porque… tal vez también lo has sentido: la ansiedad de no saber qué sigue, qué hacer con todo lo que llevas guardado por mucho tiempo. Aun así, pese a todo obstáculo, seguiste creando, buscando la manera correcta de expresarte a través de la escritura, el cine y las fotos.
Sin darte cuenta, todo lo que hacías era un intento desesperado de entenderte a ti mismo, de comprender el mundo que te rodea, y, a la par, tu mundo interior, aunque a veces parecía que esas dos opciones estaban lejos de tu alcance.
Y aquí te encuentras ahora. Sigues buscando, aunque no tienes idea, al menos del todo, de adónde vas. Pero sigues avanzando, porque muy dentro de ti comprendes que no se trata de llegar a algún lugar, sino de avanzar, de seguir dibujando, cantando, escribiendo, fotografiando, en fin, de seguir creando. Después de todo, la vida se trata de eso: de intentos, caídas, surgimientos, pero, sobre todo, de crecer. Aunque el sentido no está del todo claro, y el vacío esté siempre allí, acompañándonos.
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Autor:
Border (Seudónimo) (
Offline)
- Publicado: 27 de enero de 2025 a las 02:12
- Categoría: Reflexión
- Lecturas: 12
- Usuarios favoritos de este poema: Ignacia., ElidethAbreu, Mauro Enrique Lopez Z.
Comentarios1
Poeta Border, muy bien tejida prosa.
Abrazos y gracias.
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