Mediocre yo, que, en la cosmovisión de los pobladores de mi cabeza, me imagino grande y soberbia escribiendo un libro de narrativa exquisita, con toques de realismo mágico como Gabo o modernista por convicción como el buen Martí o Darío. Me estremezco en mi propia vanidad y en mi propia miseria literaria, pues no sé hacer rimas y no se me da la lírica. La narrativa solo está en mi cabeza y, a media página, me abandona.
Y ante la escasa oportunidad que se presenta, busco escribir poemas, entrelazándose los versos fantasmalmente como niebla de mañana fría. Las metáforas saltan de mi cuaderno y mi pluma se come los símiles y las tantas otras figuras literarias. La rima soberbia se mofa de mi ineptitud y de mis versos libres, que son a veces los únicos sobrevivientes.
Qué triste es tener este embrujo que solo los que nacen como yo entienden. Las palabras resuenan y se perpetúan en el alma y espíritu, enloquecen lo racional de la cabeza, traicionan la conciencia y hacen añicos la memoria. Es triste y duro amar el arte magno de la literatura, amar a esos arrogantes adeptos de las palabras.
Ver que, cuando yo me sumerjo en el charco diminuto de mi imaginación creativa, no alcanzo a dar ni una brazada. Tan débil mi mente que no puedo completar La Rayuela de Cortázar porque me agobian sus palabras, que forman bultos sobre bultos, que conllevan una construcción fantástica de una narrativa que se pierde en el paso de sus páginas para llevarte de golpe y sin piedad a entender la siguiente verdad: que, tal como la Magda, yo tampoco soy ilustre en el tópico del arte, que no conozco sus diferentes complejidades y tonos, que soy inexperta en el área, y que mis intentos de perpetuarme en el son vanos y torpes.
Hay una cosa que sí es verdad, que no puedo ocultar, y esa siempre será mi eterna devoción y admiración por la sublime literatura. No importa si se me da o no, porque la invitación me fue dada desde mis primeros años de infancia.
Gracias, amado arte, por no haberme dejado sola ante el inevitable abandono de la vida. Gracias por ser el escudo frente a la soledad del mundo, y frente a las miradas frías y malévolas de los malos hombres de la sociedad. Soy libre y dispersa gracias a ti.
Por eso soy tuya, tuya siempre.
- Autor: Alejandra Díaz (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 29 de enero de 2025 a las 16:51
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 15
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