Que nada...

Que nada te desanime,
ese es el reto de hoy, 
levantarse, asomarse 
a la ventana aunque 
un vendaval venga
a abofetearte la cara, 
y del mismo impulso 
hacia atrás estallar 
contra el borde metálico
de la cama el blando 
occipucio que posterior
guarnece tus pensamientos. 
Que ni una miaja, ni un adarme
de inentusiasmo, cruce tu barrera
cefalorraquídea, que no se atreva
el insolente, que el horno no estará
para bollos ya que el sol, arriba,
está triunfando contra la última
rutina de lluvias que te ha azotado. 
Nada, ni la más atroz 
de las más atroces de las noticias
que por el mundo circulan 
cual una suerte de sistema linfático,
autopístico, meándrico, con solo
el propósito de confundirnos, de que
permanezcamos ad aeternum en una
niñez que nos impida pararnos a pensar,
que nos haga deglutir lo indeglutible
con tal de conservar hasta el lustre
una indolencia vital aislante,
y que tú, que puedes reaccionar, 
no lo hagas —y para eso se te cortan
las alas de la crítica—, y que llames
a cualquier desapego que se tercie
felicidad, gusto por vivir, contentura. 
Que no se te ocurra; y si caes 
por un casual en el coco del desánimo
no desfallezcas, un mal día lo tiene
cualquiera, y seguir andando por si,
por otro casual, se te tercia una abeja
que lleve miel reciente, o una mariposa
de colores vivos, de esas de la suerte. 
Pues eso. Voy a parar porque estoy
guaseando con mi chica y me estoy
indisponiendo para seguir... jajaj.