Me retiro a mi soledad eterna.
Enciendo esta noche una linterna
entre el frío que por esta ventana
entra a borbotones, como mi alma
en la muerta materia desvencijada
haciéndola jirones de blanca niebla.
Me retiro a mi soledad eterna,
aunque nunca daré por perdida
aqueya estreya que briya a oriyas
de mi vida, entre marea y arena...
Me voy volando al alba al despertar
a esta realidad tan extraña,
que se sueña, es la verdad...
Me voy flotando en una ola enfática,
a toda velocidad, cortando las aguas,
y la gran distancia que nos separa igual.
No la quiere tanto como desearía, y la odia por quererlo como a una balsa de salvamento en pleno naufragio. Pero el barco se mantiene a flote, y es porque los une un compromiso roto, una promesa defraudada, una deuda impaga. Simplemente quedan para lastimarse mutuamente, para buscar las imperfecciones del ser cuya existencia debe deberse a algún tipo de manifestación extracorpórea de cada cual. Pero aún en los momentos de bataya campal ambos entienden que han nacido para terminar impactando de un modo lúbrico la otra contra el uno. Dos pedazos de tiempo colgando en el extremo de un universo que se resquebraja, cae al polvo y se rehace de la nada mientras parpadean evitando cruzar sus miradas.
En ninguna parte en concreto alguien nace. Es en la hiperactiva imaginación de Rai. Se trata de un gato parlanchín, o de una jirafa verde, o de una domadora de cefalópodos, o un dios ectoplasmático hacedor de criaturas inmisericordes? La verdad es que es Ela. Podemos notar como se eleva entre la bruma negra, eyectándose hacia un cielo insondable, dentro de un caparazón de carne simulada, con alma de diamante escondida en el trasfondo de su báquica boquita.
-Arturo se ha estado excediendo con la ginebra esa del mago.
-Asi es. Yo lo vi anteayer quedarse dormido de pie mientras estábamos todos metidos en la trifulca con los extranjeros, en la posada. Parecía haber tenido una noche de calor en la alcoba.
Los dos cabayeros solos y sentados frente a frente ante la mesa redonda rieron mucho, de hecho haciendo tanto ruido que se volvieron sordos por el sonido de sus rampantes risotadas y se privaron de oír al loro, que hacía lo mismo, pero más efusivamente: le costaba creer en todas las cosas que había descubierto al otro lado de Ela.
Ela sigue hablando para nadie, o tal vez para el aire en el que algún alma en pena la ronda. Está sola en la sala de la casa de los fantasmas. Rai ha salido de sí mismo para poder ir a comprarle un ramo de rosas. Está sola entre ese ambiente húmedo, bajo un destartalado tejado por donde penetran los pájaros evitándole el mal trago de sentirse en absoluta soledad, en comunión con la destemplanza que origina al conversar sin querer ni temer ser oída o a medias escuchada por Rai, si se le ocurriese volver inoportunamente sin su necesitado ramo de rosas. De vez en cuando oye los cantos de los pájaros mezclados con pasos de pies descalzos en el piso superior, y se asusta, y sale al exterior. El cielo está completamente despejado y azul contrastando con el color de las flores que trae entre manos el bueno de Rai, que camina hacia eya cabizbajo y apartando con los brazos las ramas de un arbusto espinoso, no sin cortarse, cosa de la que no se quejaría como lo hizo en tal instante si supiera que Ela besaría el corte en su mejiya como una cariñosa felina, después casi harían el amor y la noche caería desparramando la oscuridad sobre toda la ciénaga, cubriéndola con un manto adormecedor y fresco, pero no frío, una noche de esas veraniegas en las que es todo un gusto acostarse fuera, a ser posible sobre hierba, y dejarse yevar hacia arriba, dejarse atraer por aqueyas estreyas, tan increíblemente lejanas y extrañas
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Autor:
Romey (
Offline)
- Publicado: 8 de febrero de 2025 a las 09:04
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 11
- Usuarios favoritos de este poema: EmilianoDR, Haz Ámbar, Mauro Enrique Lopez Z., pasaba
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