Estaciones

Primavera

Éramos brotes nuevos en la piel del tiempo,

ella, un susurro de brisa que despertaba mi invierno,

yo, un sol tembloroso en la orilla de su albor.

Sus ojos eran campos donde florecían mis temores,

mis manos, raíces buscando la tierra en su voz.

Ambos éramos semillas,

creciendo en la ingenuidad de un amor recién sembrado.

Verano

El calor nos abrazó como fuego sin fronteras,

ella ardía en cada palabra,

yo me deshacía en sudor de deseos.

Éramos sol y playa,

tormenta de risas bajo cielos despejados,

las noches eran cortas,

pero los sueños infinitos.

Nos amamos con la intensidad del mediodía,

sin pensar en la sombra que alarga la tarde.

Otoño

Llegaron las hojas cayendo como verdades al suelo,

ella comenzó a mirar por la ventana,

yo a guardar silencios en los bolsillos.

Nuestros pasos crujían sobre recuerdos secos,

el viento frío traía preguntas sin respuesta.

Pero en cada hoja que caía,

aprendimos a encontrar belleza en la caída,

porque el amor también es saber soltar

sin dejar de sostener el alma del otro.

Invierno

Y cuando el frío nos vistió de distancia,

ella era el fuego que aún latía en la chimenea de mis días,

yo, el abrigo que guardaba su esencia en mi piel.

El silencio era más denso, pero menos temido,

porque entendimos que hasta el hielo conserva la vida

esperando la próxima primavera.

Éramos dos estaciones encontrándose en el refugio del alma,

porque amar no es solo florecer,

sino saber caminar juntos

por cada estación que la vida nos regala.

Y así…

Cada ciclo nos enseñó

que el amor no es una estación fija,

sino el viaje completo:

la semilla, el sol, la caída y la espera.

Ella y yo,

hombre y mujer,

somos el paisaje que se transforma

sin perder jamás su esencia.

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