Siempre creí que en mi pecho aún latía
un alma lacerada, hecha jirones,
una estampa de sombras y dolores,
un hálito de luz que se extinguía.
Mas hoy, de súbito, sin epifanías,
descubro que no hay grietas ni heridas,
que el ánima no sufre ni está herida,
pues yace inerte en su mortal vigía.
No hay más convalecencia ni desvelo,
ni un hálito postrero que estremezca,
tan solo el gélido sopor me pesca
y me embalsama en su silente duelo.
No fui un ángel caído ni un proscrito,
ni un mártir de quimeras desdeñosas,
fui solo un cascarón, formas borrosas,
un vaso sin licor, hueco y maldito.
No pido redención ni un simulacro,
ni un cirio en honor de mi despojo,
pues cuando muere el alma, queda el fango
y un cuerpo sin fulgor, mustio y rancio.
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Autor:
El Corbán (Seudónimo) (
Offline)
- Publicado: 16 de febrero de 2025 a las 09:30
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 12
- Usuarios favoritos de este poema: JAGC, EmilianoDR, MISHA lg, Mauro Enrique Lopez Z.
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