Misantropía

Pedro Abarca

Hay días en los que simplemente no soporto estar rodeado de gente. No es que los odie, es más bien una fatiga profunda, un rechazo a la farsa de las interacciones cotidianas. Las conversaciones vacías, las sonrisas forzadas, las expectativas de seguir ciertas reglas invisibles que parecen gobernar todo. Es como si la compañía de otros se volviera una carga que pesa más de lo que debería.

 

En esos momentos, la soledad es un refugio, no una maldición. Es en el silencio donde me encuentro a mí mismo, donde no tengo que fingir ni encajar. Le llaman misantropía, como si fuera una etiqueta que resume un desprecio por la humanidad, pero en realidad no es tan simple. No es odio, es cansancio. Es la necesidad de escapar del ruido constante, del juego social que nunca acaba.

 

A veces, pienso que preferiría un mundo más callado, más honesto, donde las palabras no fueran siempre necesarias, donde el silencio no incomodara a nadie. Pero el mundo sigue girando, y yo sigo retirándome, encontrando en la soledad algo que no hallo entre las multitudes: paz.

 

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