Por Amor

¿Si amarte es pecado, entonces estoy condenado a una eternidad de dulce penitencia? 

Cada latido de mi corazón, 

cada suspiro que escapa de mis labios, 

cada roce de mi piel, 

todo clama tu nombre.

 Mis manos, que anhelan acariciar tu rostro, 

mis ojos, que solo buscan los tuyos, mis labios,

 que tiemblan ante la promesa de tu beso, 

todos son culpables de adorarte.

La luna, cómplice silenciosa de nuestras noches de pasión, 

se tiñe de rubor al recordar nuestras caricias bajo su manto plateado. 

Las estrellas, testigos eternos de nuestro amor, 

parpadean con envidia de una pasión que supera la inmensidad del cosmos. 

El canto de las aves al amanecer es un himno a tu belleza, 

el susurro del viento entre las hojas lleva el eco de tus palabras,

 y hasta el mar, en su eterno vaivén, 

parece repetir tu nombre en cada ola que besa la orilla.

No hay rincón en este mundo, 

ni en los cielos, 

ni en los abismos más profundos, 

que no esté impregnado de ti. 

Eres el aire que respiro, 

el fuego que me consume, 

la melodía que baila en mi alma. 

Y aunque el mundo entero me condenara por amarte,

 yo seguiría pecando, 

una y otra vez, 

hasta el último aliento de mi vida.

Porque amarte no es solo mi pecado, 

es mi salvación, mi razón de ser, 

la fuerza que me impulsa a enfrentar cada día con renovada esperanza. 

Tu amor me hace sentir vivo, me estremece hasta lo más profundo de mi ser, 

colorea mis días con los tonos vibrantes de la pasión y la ternura. 

Eres mi musa,

 mi inspiración, 

la melodía que guía mis pasos y da sentido a mi existencia.

En tus brazos, encuentro el refugio que mi alma anhela, 

la paz que el mundo me niega. 

Eres el bálsamo que cura mis heridas, 

la luz que disipa mis miedos, el calor que derrite el hielo de mi soledad. 

Y aunque el precio de amarte sea la condenación eterna, 

yo lo pagaría mil veces, sin dudarlo, 

porque un solo instante a tu lado vale más que toda una vida sin ti.