Melancólica tarde, helado viento
azotando los cristales con denuedo,
espirales de hojas secas por el suelo,
preludiando la llegada del adviento,
anuncio del supuesto advenimiento
de un ser divino cual humano infante,
que, al cabo de un noviembre agonizante,
por San Andrés suele tener comienzo.
Y en la víspera misma del adviento,
que justo coincidió con San Andrés,
noviembre treinta, año sesenta y tres,
tuvo lugar el fausto nacimiento,
pillando al mundo entero a contrapelo,
de una niña divina, no anunciada,
que, siendo de los dioses bien amada,
colmada fue de gracias por el cielo.
Por causas aún envueltas en misterio,
no nacieron aquí todas las flores
que debían rendirle los honores,
lo harían en algún otro hemisferio.
mas éste fue inundado de esplendor
por la gracia especial de aquel retoño,
una rosa tardía del otoño,
cuidada por los dioses con amor.
Mil gracias dar debemos al destino,
enorme fue el derroche de hermosura
que adorna a esta admirable criatura
humana con sutil toque divino,
un cúmulo de tantas perfecciones,
que causa admiración por donde pasa,
con solo sonreír todo lo arrasa
y asombra cuando entona sus canciones.
Llueve otra vez como lo hacía antaño,
detrás de los cristales gime el viento,
preludia San Andrés un nuevo adviento
en vísperas de un nuevo errátil año,
que espero lo disfrute en plenitud,
la rosa más hermosa del rosal
y en este cumpleaños otoñal
gustosamente brindo a su salud.
© Xabier Abando 30/11/2018
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Autor:
Xabier Abando (
Offline)
- Publicado: 23 de febrero de 2025 a las 09:08
- Categoría: Sin clasificar
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- Usuarios favoritos de este poema: Flor de otoño, EmilianoDR, Augusto Fleid
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