PEREZA

José Antonio Artés

La desidia se extiende en mi cuerpo
como una sábana tibia en la siesta de agosto,
un abrazo que desdibuja los bordes del tiempo.
Fuera, la ciudad se disfraza de urgencia,
sus calles son ríos de asfalto que nunca descansan.
Pero yo cultivo la pausa,
la sombra en la espalda,
el silencio que se expande como un suspiro.

 

El reloj impone sus reglas de acero,
las voces apremian con cuentas y plazos,
mientras yo mido el tiempo en el gesto sosegado 
de un sorbo de café que no tiene destino,
en la danza lenta del vapor que se desvanece.

 

No es abandono,
tampoco derrota,
es el respiro de quien sobrevive
en un mundo que corre sin saber hacia dónde.
Cuando todo es carrera,
quedarse es también una forma de huida,
un acto de rebeldía silenciosa.

 

En la quietud, el cuerpo se reivindica,
el alma se arruga como un papel olvidado,
reposa,
respira.
El ruido afuera es ajeno a este instante
donde el esfuerzo no existe,
solo el ser,
solo el latido que no pide permiso.

 

Es la ley del mínimo esfuerzo,
la que gobierna el pulso de nuestra naturaleza.
En el descanso,
al fin,
somos dueños de la única victoria,
la misma que no pide más,
la que se basta con existir.

 

José Antonio Artés

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