No me hicieron de costilla,
no fui barro ni plegaria,
nací del trueno y la arcilla,
fui la sombra necesaria.
Pero los dioses, ebrios de espanto,
me vistieron de furia y castigo,
sellaron mi nombre con llanto,
me arrojaron al polvo y al olvido.
Quemaron mis huellas en fuego divino,
torcieron mi risa en pecado,
mas no hay destino que quiebre el camino
de quien nunca ha sido doblado.
Ahora he vuelto, descalza y eterna,
con las llamas ceñidas al pecho,
mi aliento es tormenta, mi ira es linterna
que quema su trono deshecho.
Uno a uno caerán de sus cielos,
sin fieles, sin templos, sin gloria,
su luz será sombra, sus nombres desvelos,
y yo seré el fin de su historia.
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No mendigas perdones ni altar,
Y tu dios es raíz que decide,
Vas tallando tu ley en el mar
que con savia de estrellas persigue.
Con espinas tejiste tu trono,
Sin pedirle permiso al destino,
Y el cuchillo en la boca del mono
Es un himno en tu vientre divino.
En el filo del viento te encumbras
Pues no hay yugo que corte tu vuelo
Y en el mapa del tiempo que alumbras
Se tatúa tu reino con celo.
Ya tu sangre no paga tributos
a los dioses de arcilla y escombros
pues pariste fronteras en frutos
y bebiste de mitos y asombros.
Y si Eva bordó en su silencio,
tú, cómplice, armaste el motín:
fue tu pecho un bosque de incienso
donde nacen los ríos sin fin .
Lilith, tu ira es un río sagrado
que ya rompe del miedo aquel muro,
pues tu sombra no nació en un costado
sino al centro de cualquier futuro.