Serengueti

Alberto Escobar

 

 

 

Expedición por el Serengueti,
una, el otro día, a las cuatro
de la tarde, en la Dos de TVE,
después de comerme un cocido
de garbanzos con su pringá, sí,
un surtido completo y repleto
de manjares calóricos de aquí,
desde chico, recordando a ella,
mi madre, trocito de pan, sí,
en la mano derecha, presionando
con fruición chorizo fresco, tocino,
carne de cerdo y morcilla recién
sacada del cuenco de la matanza. 
Cebras, ñus, y cabritillas de no sé 
qué especie brincaban en el ensueño
que, en un abrir y cerrar de ojos,
acomodado a lo largo de un sofá rojo,
se amalgamaban en una trama
inaprensible, sobre no sé qué juicio
que me estaban haciendo por matar
a no sé quién, y un cocodrilo azul
que, dándole el juez permiso antes,
irrumpe en la sala para testimoniar
en mi contra, observador de los hechos
que se me imputaban, portando algo
así como una corbata a juego extraño
con la rugosidad fiera de un caparazón
ajedrezado que iba tapizando la caudal
cola a fin de que el partimiento de aguas
que su desplazarse por el río ejerce
sea cumplido como las leyes de la física
de partículas establece, cual centella.
De repente un grito de dolor, un ñu
pasto del ansia de siete cocodrilos, da
al traste con la dulzura que el sueño 
en ese instante derramaba sobre un cojín
amarillo limón con damasco dorado. 
Una expedición en el Serengueti, una
de tantas... a esa misma hora...

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