La primera vez que la vi en la puerta del café Santana, huyó despavorida. La estela de remembranzas que dormitaba dentro de mí se hizo visible. Maraña de recuerdos ensortijados en su largo y hermoso cabello y una cadena de aleluyas bordeando sus labios, me aventó a una realidad desconocida.
¡Linda, como un rayo de sol después de largos días de oscuridad profunda!
Intrigado por el nexo que podía haber entre este momento, el desenlace de su vida y el amor que creí sentir. Opté por seguirla. Deambule entre gente de toda clase: Los que no corren, vuelan, los que ríen sin saber de qué, los espesos que esperan la oportunidad para hurtar, los que saben para donde van y los que no. Como ella, que desconocía adónde la arrastraban sus frágiles pasos.
Espero paciente el cruce de la avenida y se lanzó en medio de la nada. Creí que sería atropellada por un auto. No imaginé que tuviera agallas para bajar por ese pastizal rumbo al caño. ¡No transita por dicho lugar quien camina en sus cinco sentidos!
En la casa esquinera de dicha avenida, vivía un hermano. Presuroso subí por las escaleras, y justo ahí, en el amplio ventanal, esperé paciente para poder ver qué clase de mundo era ese. Tres sujetos de aspecto repelente se miraban ansiosos por pernoctar en ese tramo. ¡Un frío intenso recorrió mi espina dorsal! ¡Sentí dividir mi corazón!
¿Por qué ella en ese horrible precipicio?
Indefinible por minutos que silenciosos escaparon de mis dedos cuál eternidad furtiva, regresé a la realidad. De pronto, la miré envuelta en el más absoluto desparpajo, hablando sola y caminando tembleque. Reía como loca, llevada por el efecto y frenesí de aquel momento recogido en ese extraño socavón. Jugaba emocionada con un cigarrillo entre sus dedos, el cual pasaba con agilidad asombrosa, de sus manos a la boca y viceversa. Su hermosa sonrisa aún se miraba incólume, no así, su rostro y larga cabellera. Gruesas y espesas rastas que, por descuido y fatalidad, parecían halar su espíritu al lago profundo del juez de su conciencia. ¡Su rostro marca a leguas el paso de los años a una celeridad desconcertante! ¡Quedé atónito! ¡Aquella escena quemaba mis pupilas como jamás imaginé! Afortunada, le decían. Fue un soplo, y cayó sin contemplación en un mar de estimulantes, depresores, opiáceos y alucinógenos. Sin lugar a duda, el camino del infierno.
La soledad también se junta con el bullicio de la noche
La soledad es espina que taladra, que lastima
La soledad es terapia, es letrina.
Gotas de un sudor frío, bajan por mi frente. Ahora recuerdo: Sus padres fallecieron en trágico accidente, y la familia, cuál ave carroñera, espero paciente el momento para sacarla del camino y quitarle hasta el aire que respira. Nadie abogó en su defensa. El hilo invisible que conectó el amor filial a su corazón no fue suficiente para inyectar en sus venas, el valor que necesitó en el duro transitar de su tierna existencia. Sola, joven e inexperta. Caldo de cultivo, para la maldad de una familia desequilibrada.
*
En el avión, mis latidos se hicieron intensos y parecía que la sangre fluía a borbollones del corazón. Un dolor agudo se clavó en mi entrecejo y el sudor se hizo evidente. Quería pararme y huir no sé a dónde. El desasosiego generado por ese maremágnum sin sentido me sacudió. Eran tantas cosas que no alcanzaba a procesar de un tajo. Cerré los ojos, intentando con ejercicios de exhalación e inhalación calmar mis ansias.
Cursaba estudios en Londres, cuando supe de su triste realidad. Un mundo de ilusiones perdidas cobró vida en mi cerebro. No pude dormir. Ansiaba saber de ella. Nunca olvidé los ojos que por lunas me hicieron soñar. Cuanto ha pasado desde entonces... Ahora, todo es distinto. Sin pensarlo, embarque en una aventura que no supe adónde me llevaría. Lunas y soles pasaron sin razón y sin sentido. Hasta que un día, la miré pálida y ojerosa, sin sangre en sus venas, sin aire en los pulmones. Un halo sombrío cubría el escenario. Un ataúd barato abrigó su cuerpo rumbo a su última morada. Y diez pelagatos entre los que me contaba, caminábamos silenciosos, casi que, tomados de la mano, lamentando un final que jamás debió ser.
Allí, al sonido del campanario y envuelto en una soledad interminable, mi espíritu se hizo grande y conectó con el suyo; pude ver sin más, la belleza de su mirada sumergida en un azul profundo, como profundo fue este amor que nació de mí y conectó con la nobleza de su alma, más allá de esta esfera terrestre.
Al salir del camposanto, creí verla parada a un costado de su tumba. Se miraba bella. Hecha un ovillo de amor, tierra, fango, flores y perfumes alados.
¡Y el corazón se hizo un nudo queriendo escapar de mi garganta!
Volví al café Santana, envuelto en recuerdos que no quería borrar de mi memoria. No deseaba destruir el lazo imperceptible que unió nuestras vidas. Sus padres, amigos entrañables de los míos, hicieron de la magia del destino, el hilo misterioso que nos encadenó hasta el final de su existencia.
Con la mirada perdida en el mar de la tristeza y al abrigo de una taza de café, vi acercarse al detective, quien, con lujo de detalles y pruebas, me habló de la existencia de una gemela de mi amada MARÍA JOSÉ.
En el estudio, dispuesto a relatar en mi diario lo acontecido, y lo que aún me negaba a reconocer. Daban vueltas en mi cabeza innumerables interrogantes.
¡Y el alma se ensancha!
¡Y el espíritu se contrae!
El cansancio hizo mella. En el espejo cóncavo del baño, el reflejo del rostro de MARÍA JOSÉ se hizo evidente. Me negaba a dar cabida al miedo. No obstante, estaba tan cerca que podía tocarme. Sudaba frío. Quise salir, ventilar la mente para evaporar amargos recuerdos.
Las calles se miran solas. No obstante, el gentío. Lamento profundamente no decirle cuánto le amaba. Sus padres lo sabían, igual que los míos. No creo que le hayan contado, pues otro hubiera sido el rumbo de su vida, si me avisa del terrible accidente una vez acontecido. La diferencia de edad, sin lugar a duda, marcó la distancia entre dos corazones que, hasta el mismo destino, apartó.
Mis progenitores perdieron la vida en un accidente de aviación. Desde entonces, mi mundo dio un vuelco total. Extraña similitud.
Cortándome la barba, la sentí atorarse en las cuerdas de mi garganta. Calma Ramiro -Me dije. El juego de la mente es enigmático y delirante, nos arrastra en sus fauces hasta el mar del infortunio. Despabilando entre las obligaciones, la aparté de mi memoria. Algo que debía repetirse hasta lograr ubicarla en el recuerdo de lo sagrado.
Justo, cuando creí haberla olvidado, entre la multitud de un día frenético, un rostro idéntico quemó mis entrañas. Como si me conociera, taladró mis pupilas e inició de pronto carrera para evadirme. La seguí entre la locura del momento, abriéndome paso como enloquecido. Pero no, se evadió como el sol al fenecer del día.
De pronto, me hallé dando vueltas en círculo. Y poniendo mi mano sobre el pecho, decidí retroceder en busca de mi cordura.
El viernes de aquella semana, Burton, aterrizó en el aeropuerto Heathrow.
Encendió y apagó repetidas veces un cigarro. Medito lento frente a la chimenea de mi apartamento. La investigación revestía seriedad total, responsabilidad y hermetismo.
Cuatro meses y cayó sobre mi escritorio, un portafolio con las pruebas fehacientes que llevaron a la conclusión, que María Daniela, fue hurtada de la sala de partos el día de su nacimiento. Sus padres lo sabían. ¡Cabrones de mierda! Ahora comprendo la frialdad de sus actos con su hija MARÍA JOSÉ. No quisieron a las gemelas, y en vida, fraguaron todo para destruirlas. No obstante, el destino se anticipó a sus demenciales planes.
Jamás pensé en este sacudón que me dio la vida. Saber, que, fui víctima de engaños por parte de los SARDI, y de mis propios padres, enfurece. Ellos siempre lo supieron. Mi tía Leonor lo confirmó, argumentando en su defensa, que desconocía que aún la siguiera amando, y menos, que estuviera planeando casarme con ella. No sé por qué, a veces, de la propia cepa familiar, brota el puñal asesino, que cercena el cuerpo y destruye el alma.
Se estrecharon las manos a la salida del edificio Kimberly. Ella se miraba hermosa e idéntica a MARÍA JOSÉ. Una toalla cubría su cabello, resaltando aún más, el azul de sus ojos bellos. El video enviado era evidente.
María Daniela desconocía sus orígenes. Supo que sus padres eran gente pobre que vivían en un barrio marginal de la ciudad de Bogotá, y a consecuencia de dicha pobreza, no pudieron sostenerla, por lo que decidieron abandonarla en una casa de adopción. Su suerte no había sido la mejor. Trabajaba en un bar nocturno en Madrid-España, donde era explotada. Vivía sola, padeciendo toda clase de penurias y peligros. Vida que no era la suya, si sanguijuelas familiares no se hubiesen cruzado en su camino.
*
Gotas de sangre caen en las blancas hojas que reposan sobre mi escritorio. Gotas de ira e impotencia. ¿Qué pasará el día que contemple en los ojos de MARÍA DANIELA, LOS DE MARÍA JOSÉ?
¡Trágame tierra! ¡Trágame!
Luego de una larga conversación con Burton, María Daniela regresó a su sitio de trabajo.
*
Igual que aquella época, el corazón suda y la lágrima cae. Hora tras hora, devolviéndome en el tiempo, repasando la primavera de aquellos días, descubro con escepticismo que nada ha cambiado. ¡El reloj se atragantó en los hilos del tiempo! ¡Aún me sacudes como aquella época, amada mía! ¡Definitivamente, tu alma no partió, quedó adherida a la mía! ¡Suerte loca! Ella joven y no existe, yo viejo y aún respiro.
La tinta descolorida del viejo diario se niega a desaparecer. Tal parece, que, desde aquel entonces, marcha lento, al compás de este cansado corazón. Sus hojas amarillentas cada tanto, vuelan hacia el pasado. Recuerdo febril de mis suspiros y años juveniles.
Imagen: créditos a su creador.
Luz Marina Méndez Carrillo/09/03/2025/ Derechos de autora reservados.
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Autor:
VITRALES DEL ALMA (
Offline)
- Publicado: 9 de marzo de 2025 a las 17:21
- Categoría: Amor
- Lecturas: 12
- Usuarios favoritos de este poema: Poesía Herética, alicia perez hernandez
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