Quién hubiese pensado, oh rayo divino,
que en mi simiente, tan mustia y marchita,
brotara un álter tan puro y ladino,
mi carne, mi sombra, mi albor y mi lira.
Yo, artífice torpe de mí mismo errante,
forjé sin sospecha mi fiel camarada,
tallé con mis huesos un ser semejante,
y en su alborozo reflejo, mi espada.
Eres mi amigo, ¡qué farsa sublime!,
mi propio argumento, mi estro y mi sino,
yo, en mis delirios, no hallé en el redil
un cómplice austero más puro y genuino.
Mas temo, hijo mío, ser sombra escueta,
un vano reflejo de un ayer baldío,
quisiera que el tiempo jamás nos apriete,
ser más que tu padre, ser tu confín.
Y si en las sendas del mundo funesto
te hallas sitiado de escarcha y veneno,
recuerda que fuiste mi rayo más presto,
mi genio, mi amigo, mi propio reflejo.
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Autor:
El Corbán (Seudónimo) (
Offline)
- Publicado: 10 de marzo de 2025 a las 20:38
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 14
- Usuarios favoritos de este poema: alicia perez hernandez, EmilianoDR
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