Lo que no cesa

Cora_poe

A pesar de no tener mucho en el tintero depositado ni novedades que proclamar sobre algunas de sus sensaciones y sueños, acudía a la escritura porque siempre ésta le ofrecía un reducto de paz y un gran privilegio de disfrute. Le apasionaba escribir por encima de cualquier cosa, no encontraba frivolidad ni pudor en el intento de ordenar y plasmar sus ideas. Unas veces más elevadoras y poéticas, otras más corrientes y triviales, en búsqueda de un atisbo de luminosidad. Pese a no ser una  mujer demasiado culta ni erudita, pues había conocido a edad tardía la lectura y la escritura, sabía cuán poderosa era y cuán perfeccionada estaba el arte de juntar letras. Comenzó hacia el 2021 a guardar sus escritos y componer seriamente su primer volumen de poesía, que paradójico suena decirlo así, ya que se divertía expresando quién sabe qué. Cada vieja composición era única, basta, autoritaria pero a la vez con una manifiesta sensibilidad. Escribía de forma constante a la edad de 28 años más, recordaba haber empezado a escribir sus primeros poemas a los 20, aunque ya no existían evidencias de aquellos escritos, recuerda que los primeros le fueron dedicados a su padre y a su primer amor furtivo. Estos poemas fueron su medio para la libertad de expresión. El amor y el odio la acompañaron durante una larga etapa en la adolescencia ya que era una chica demasiado curiosa que quería comprender más de lo que podía ofrecerle su limitada experiencia y visión. Con el tiempo, sus reflexiones, se convirtieron en redacciones profundas que la hacían destacar sobre la gente de su misma edad. Es cierto que no era muy brillante ni pulcra en las conversaciones de actualidad pero, su capacidad para escuchar y comprender a quienes enseñaban, era firme y sencilla. De cada situación extraía un aprendizaje, era una jueza severa consigo misma y sentía que lo poco que sabía, si es que sabía algo, era insuficiente para cualquier propósito elocuente, por eso, a bien temprana edad ganó en humildad y el odio se transformó en compasión. Sus seres queridos vieron a alguien con quien poder conversar de cualquier tema, aceptaba cualquier intento de comunicación y, dejando cualquier juicio atrás, apoyaba de forma innata a quien fuese que estuviera abatido por el exceso de cargas, porque ¿quién no necesita del consuelo y la comprensión del otro cuando su mirada se vuelve restrictiva y le impide observar con claridad y perspectiva lo acontecido? Posiblemente el sabio sea el único que no viva por las esperanzas ni los miedos, que huya del decaimiento porque, en realidad, no sabe vivirlo.

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