MORIR EN EL PEOR MOMENTO.

JUSTO ALDÚ

(Oscuridad. Un camino desierto. Solo el crujir de la grava bajo los zapatos y el silbido del viento rompen el silencio. Un hombre de edad madura camina lentamente, con la mirada perdida en la lejanía. Su voz, profunda y melancólica, se alza en la soledad de la noche.)

 

-Viejo amigo... cuántas cosas hemos vivido juntos. Desde la primera vez que te vi, supe que estaríamos unidos para siempre. No es fácil encontrar un compañero como tú, alguien que no solo esté en los buenos momentos, sino que aguante las tormentas sin quejarse, sin pedir nada a cambio.

¿Recuerdas cuando nos aventuramos en aquel verano eterno? El sol quemaba, el mar rugía y nosotros, locos y despreocupados, recorríamos la costa sin pensar en el mañana. Nos acompañaron carcajadas y gritos de niños corriendo sobre la arena, dejando huellas que el mar se llevó. Todo era tan sencillo, tan nuestro.

Y qué decir de aquellas noches de fiesta, cuando la vida se nos desbordaba en copas rebosantes de risas. No importaba la ocasión, cualquier excusa era buena para celebrar. Y ahí estabas tú, siempre firme, acompañándome sin hacer preguntas, sin juzgarme, sin soltarme la mano cuando tambaleaba entre la euforia y el delirio.

También fuiste testigo de mis victorias y derrotas. Cuando el mundo parecía venirse abajo, cuando la carga pesaba demasiado, bastaba con verte para recordar que todo podía seguir adelante. Solo tenía que aferrarme, ajustar mi rumbo y continuar la marcha.

Y luego está ella... Ah, cómo olvidar aquel día, cuando el corazón se me paralizó y el tiempo se detuvo. Su primer beso, ese instante suspendido entre la duda y la certeza, lo vivimos juntos. Y desde entonces, ella también fue parte de nuestra historia. Me acompañaste en cada aniversario, en cada escapada improvisada, en cada promesa susurrada bajo las estrellas.

Hemos recorrido tantos caminos, esquivado tantos baches, superado tantos obstáculos. Pero ahora... ahora me abandonaste cuando más te necesitaba. Y me dejas aquí, en medio de la nada, en esta maldita oscuridad.

(Se escucha un suspiro, seguido de un crujido de pasos acercándose. Una segunda voz interrumpe la quietud.)

—Oye, viejo, ¿por qué me reclamas? No fui yo quien te dejó aquí tirado.

(El hombre gira la cabeza lentamente, con una sonrisa amarga y cansada.)

—No es contigo... es con el maldito que nos dejó varados aquí. Con este cacharro de auto que decidió morir en el peor momento.

(El silencio se llena con la risa de ambos, mezclada con la brisa nocturna. Y en la penumbra del camino desierto, dos viejos amigos esperan, resignados, a que el destino les dé un empujón para seguir adelante.)

 

JUSTO ALDÚ

Panameño

Derechos Reservados / marzo 2025

 

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