Una máquina

En la noche,
mientras las estrellas aparentemente caían,
tú me veías fijamente.

Desearía una máquina que retrocediera y volverme a sentir, como hiciste que lo hiciera esa vez.
Otra vez.

Viajaríamos hacia ese momento.
Te pediría dejármelo contemplar y,
podría aclararte que, 
ahora comprendo lo equivocada que estaba en una cantidad inmensurable de perspectivas y renuncias que, es gracioso que hasta en mis pacificaciones. 
Sonando a Cortázar redactando Rayuela.

Retrospectiva de lo que fue ayer,
alguien dijo que: “No es bueno retroceder”.
Sin embargo, es que…
Haberlo vivido no fue suficiente para apreciar lo que fue.

El recuerdo magnifica la estancia del pasado, lo puedo entender.
Pero, si tan solo pudiese comprender que, no todo se puede remediar y,
comprender también que, no hay remedio para el fracaso de lo no valorado.

Tenía la mayor parte de ti en mis manos.
Me diste demasiado y, yo.
Que ser tan despistado.
Estaba tan herida.
¿Cómo pude no…

Desearía ahora mismo una máquina que remendara la herida que causa el dolor y, también el error y, lamentablemente,
lo complicado de vivir inconsciente siempre dentro del fallo.
Todo eso,
desearía embotellarlo dentro de un frasco e ir al mar a arrojarlo.
Pero este siempre lo devuelve,
se rehúsa a tomarlo y fundirlo en sus profundidades.

Amor, tu cariño siempre se sintió diferente.
Como cuando las noches estaban llenas de terror.
Tus ojos me brindaban un refugio.
Eso simbolizo siempre un abrazo.
Cuando aún era tuya y,
aún habitaba la permanecía en nosotros.

Desearía una máquina que te devolviera.
Demasiada tecnología y, nunca inventan una de esas.
Cosas que desean tanto los poetas.