Entre la fragilidad del juicio embriagado y la audacia innata de lo auténtico se despliega un canto a la libertad.
No sé tú cómo lo ves, pero te observo: valiente y desafiante, resistiendo con cada latido las formas arcaicas que intentan encasillarte en un molde impuesto por un mundo insensible.
Vivo en una constante resistencia, donde cada acto de rebeldía se convierte en un susurro que se eleva a clamor de libertad. Reflexiono con amargura sobre aquellos que, tras conquistar su ser en discursos académicos y ensayos pretenciosos, se erigen como guardianes de un ideal inmaculado. En su obsesión por la perfección, juzgan a quienes no se amoldan a un estándar homogéneo, celebrando la imitación mientras relegan la autenticidad a un rincón olvidado. En esta sociedad, el estándar se erige como una sombra opaca que oscurece la verdadera esencia del individuo.
Quizá el precio de ser homogéneo sea la pérdida de la singularidad, una copia que diluye el alma y extingue la chispa vital. En medio de este mar de conformismo, tú, Marta, resplandeces con la luz de tu autenticidad. Eres la encarnación viva de quien, en lugar de buscar la aprobación ajena, opta por cosechar nísperos o reparar un techo con sus propias manos, tallando su existencia en acciones genuinas y resonantes.
Mientras te observo, mis propios pensamientos se debaten entre la envidia y la admiración. Me cuestiono mi complicidad en este sistema que, a pesar de mi protesta interna, me encarcela en la pasividad del espectador. Cada gesto tuyo, cada decisión valiente, me recuerda que la verdadera fortaleza reside en la libertad de ser, algo que muchos profesan conocer, pero pocos practican en lo más profundo.
En el eco de tu resistencia, se forja una lección: la auténtica competencia no radica en parecerse a los demás, sino en vivir según la propia verdad, disolviendo las sombras que otros proyectan sobre lo genuino. Y es en ese contraste, en el vacío que deja mi incapacidad para actuar, donde emerge mi ambivalencia: soy tanto crítico como cómplice, un mendigo de inspiración en un banquete de imitaciones.
Al final, cuando el murmullo se convierte en silencio, me doy cuenta de que mi lucha interna es la más amarga de las batallas. El vacío me envuelve, tan frío como la indiferencia de un mundo que premia la conformidad. Y en esa soledad, mi voz se quiebra en una revelación inesperada: la libertad auténtica es un ideal que se conquista, no se imita, y yo, en mi constante resistencia, apenas soy un eco distante en el concierto de quienes realmente se atreven a ser.
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Autor:
Milber Fuentes (
Offline)
- Publicado: 27 de marzo de 2025 a las 00:05
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 8
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