Laberintos del Olvido: Memorias en la Penumbra

Milber Fuentes

En un rincón olvidado de la ciudad,

donde la luz se encoge y se oculta ante la verdad,

la inocencia se fragmenta en susurros delicados,

como notas desvanecidas de un violín antiguo

que aún resuena en callejones sin nombre.

 

Allí, en la penumbra de lo cotidiano,

una memoria de pureza perdida se alza

como el eco de un suspiro,

un vestigio de lo que fue y ya no es,

mientras yo, en mi introspección, me pregunto

si acaso mi propio ser no es también un fragmento

de aquello que el tiempo ha ido deshaciendo.

 

En el cruce de lo prohibido y lo ordinario,

una niña, tan frágil como el alba,

se esfuerza por imitar sombras ajenas,

reflejos distorsionados de un anhelo inalcanzable,

tejido en los pliegues de una cultura

que, en su afán de espejismos, ha olvidado

la pureza intrínseca de cada alma.

 

Mientras el mundo se desliza sin detenerse,

la urdimbre social se enreda en secretos silentes,

y el error se vuelve costumbre,

un murmullo melancólico que se disfraza

de ritual inmutable, tan natural como la noche

y tan efímero como el alba.

 

Yo, testigo silencioso y doliente,

observo con el corazón dividido

cómo mi propia fragilidad se confunde

con el reflejo torcido de un espejo roto,

donde lo correcto se disuelve en la penumbra

y el olvido se cierne como un destino inexorable.

 

En ese instante de dolor y revelación,

mi alma se cuestiona su complicidad:

¿acaso soy yo, con mis silencios y mis sombras,

otra partícula perdida en el laberinto del existir?

La respuesta se esconde en un eco universal,

en el murmullo de la tierra y en el canto eterno

de una libertad que se conquista a pulso,

donde cada herida es una huella sagrada

y cada suspiro, una rebelión contra el olvido.

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