Colapso

Colapso 

 Prefacio 

Se elevan las palabras como viento
que roza las heridas de la tierra;
es verbo que en su curso nunca yerra,
trayendo luz al caos del momento.

Aquí, en estas líneas, se revela
el rumbo de un planeta en agonía,
viviendo entre las sombras la armonía
que aguarda tras el peso de la estela.

El mundo se desgarra en terremotos,
la muerte ya se mira en cada esquina
y todo es una peste que asesina
los sueño para cientos de devotos.

La sangre tiñe el suelo que fecunda,
los cielos gritan cólera en su enfado;
se quiebran las promesas del pasado
y el tiempo con su ritmo nos inunda. 

 Las sombras danzan bajo el sol que arde,
la tierra llora trinos de su herida
y en cada grieta surge nueva vida:
un ciclo que despeja cuando es tarde.

Cenizas marcan rutas sin regreso,
la fe vacila al borde del abismo
y grita entre las ruinas el heroísmo,
que sabe cada pauta del proceso.

Se busca algún culpable cuando existe
en toda circunstancia comprensión;
los ojos nunca ven al corazón
y es algo que carcome, y es muy triste.

Se siembra en la pradera que es divina
por hambre, consecuencia del vaivén;
mas ojos que son ojos nunca ven
que al tiempo nuestros actos son la ruina.

Mas digo, siendo parte de este mundo,
que somos para Dios, nuestro Señor
el fruto que es moldeado con amor;
los seres del edén meditabundo.

 Epílogo

Y así, giramos todos en la esfera,
tejemos con temores nuestro arte:
la historia nos susurra en cada parte
que somos brisa, efímera y sincera.

Del polvo fuimos hechos, y al instante
el cosmos nos otorga su fragancia;
pues somos del fragmento, circunstancia
que engendra lo divino en lo distante.

 Posfacio

Escribo del quebranto y su desvelo,
del hombre que en la ruina siempre insiste
su paso, aunque fugaz, jamás desiste
de hallar entre las sombras luz y suelo.

                             Samuel Dixon