CUANDO EL VERSO NACE LIBRE; TIENE SU PROPIO OLOR

EL QUETZAL EN VUELO



Me gusta tu forma de hablar y escribir. Así como la mañana fresca del verano, sin metáfora, sin palabras escondidas, sin tener que buscar, mensajes debajo de una letra que no existe, es como buscar los huevos de la coneja un día de pascua. Llamar los sentimientos por su nombre y sentir sin miedo ni temores las caricias de sus palabras, por la hoja de un poema.

 

Hay una gran diferencia entre una flor de invernadero y la que nace espontáneamente en mi jardín. ¡Claro que sí!, no son iguales, la métrica de sus pétalos, la tersura de su sintaxis y lo bien logrado de cada letra puesta en sus sonetos, cuidando obsesivamente el numero de silabas para esconder sus sentimientos, entre las once silabas, de la falsa estructura.

 

La flor, que nace sin los cuidados de un florista, horticultor o jardinero, tiene las raíces propias de la inspiración, sin subterfugio, sin juegos ni malabares del alma, corazón y pensamiento, es una lirica libre a veces épica otras dramáticas con su suave toque de olvido y nostalgia que tienen los versos libres que transitan por los sueños de una bohemia.

 

La orto praxis de tus versos, tienen la mística, sabor y olor de un rito de amor. Como la contada por el viejo hermano Salesiano en el colegio, cuando hablaba de Booz y Rut, antes de relatar el erotismo del cantar de los cantares. Hablar de tu pelo al pasar mis manos y resbalar por tu pecho es como acompañar al creador a embellecer el paraíso para la fiesta.

 

El calor de un verso libre tiene la ternura de una incubadora. Nada sobra, ni falta; esta la luna, la madrugada esperando, un vino tinto llamando a un par de labios y una canción alegre, en una guitarra que renace como nutrida por la primavera, con el verdor de la vida y ese suave olor que tare, la mañana en medio de un bolero, que puedo leer en tus ojos.

 

LENNOX

EL QUETZAL EN VUELO

 

 

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