En el alba temprana de mi juventud inquieta,
cuando tus ojos eran luceros y tu voz, la brisa perfecta,
se tejió entre nuestras almas un hilo divino,
un lazo invisible que ni el tiempo desatino.
Eras entonces un sueño dulce, mi quimera escondida,
la flor que en mis versos florecía sin medida.
Y aunque la vida nos llevó por senderos distantes,
tu esencia quedó tatuada en mis instantes.
Hoy, cuando el reloj marca tus cuarenta y cinco primaveras,
eres más que un sueño: eres mi vida entera.
La dueña de mi corazón, mi refugio y mi estrella,
la mujer que transforma lo simple en maravilla bella.
Tus hijos son ahora parte de mi amor profundo,
y en ellos encuentro razones para abrazar el mundo.
Prometo ser su guía, su apoyo constante,
como el faro que ilumina en la noche distante.
Porque el amor verdadero no conoce fronteras,
ni se rinde ante las sombras ni las quimeras.
Es un río eterno que fluye con fuerza incesante,
un canto divino que vence lo distante.
Eres mi compañera, mi amiga y mi eterno destino,
la razón por la cual cada día bendigo este camino.
Tus manos son la tierra donde germina mi paz,
y tus labios el verso que nunca se extinguirá jamás.
Que este poema sea testigo de nuestra historia infinita,
un cuento donde el amor vence y jamás se marchita.
Toma mi alma y camina conmigo hacia la eternidad,
porque contigo he hallado la esencia de la felicidad.
Dunia de los Ángeles, eres más que un nombre; eres poesía viva,
la melodía que da sentido a cada latido de mi vida.
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Autor:
Edgardo (Seudónimo) (
Offline)
- Publicado: 5 de abril de 2025 a las 00:01
- Categoría: Amor
- Lecturas: 10
- Usuarios favoritos de este poema: alicia perez hernandez, Ximena Rodelas, El Hombre de la Rosa
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