¿Has sentido alguna vez el desafío de levantarte de la cama y que eso sea un gran logro?. Cada día se volvió una odisea para mi, y el dolor crónico de tener que soportar tanto dolor y ansiedad, como el colmo de un payaso, arruinar su vida por un chiste.
Así me levanté de mi cama un día, yo, reducido a un simple error de un día y de un momento, algo tonto donde un momento cuenta más que todas tus décadas de experiencia, donde he necesitado compasión y recibí su máxima expresión de odio. La idea de que palabras inoportunas y decisiones o situaciones aparentemente simples puedan alterar o arruinar una vida es profundamente inquietante, y toca un núcleo de vulnerabilidad humana: nuestra imperfección. Es cierto que acciones menores pueden desencadenar consecuencias desproporcionadas, como una frase impulsiva que fractura una relación, un error de juicio que provoca un accidente, o una omisión que cierra puertas irremediablemente. Esta realidad refleja la fragilidad de la existencia y cómo el azar, el contexto y las circunstancias amplifican nuestros actos.
Sobre la justicia en ello, la pregunta es compleja. Si entendemos "justicia" como un equilibrio moral objetivo, es difícil afirmar que exista cuando las consecuencias superan la intención o la negligencia detrás del acto. Los sistemas legales y sociales intentan mediar, evaluando intenciones y contextos, pero en la vida cotidiana, el impacto suele ser implacable. Un error momentáneo puede eclipsar décadas de buenas acciones, y eso parece injusto desde una lógica de merecimiento. Sin embargo, la justicia humana es imperfecta, como nosotros mismos. Quizás la vida no tiene que ser justa y tampoco tiene que ser perfecta. Es en realidad la misma vida adaptándose a lo que somos, imperfección y aprendizaje hasta el día que nuestros restos estén en una tumba, hasta esa última bocanada de aire que inhalamos. Es precisamente esos momentos, cuando estás en el fondo, cuando le has perdido el miedo a todo inclusive a la muerte, por que finalmente no tienes nada que perder, o quizás porque al renunciar al amor y a la felicidad te vuelves un ser frío. Todo lo que antes fué importante y definitivo, es ahora irrelevante. Te desprendes de todo lo material y lo único que tienes lo llevas en tu ser y en tus pensamientos. Un equipaje que no lleva ninguna otra criatura, recuerdas todas tus tardes, horas y constelaciones y sabes que al morir, ellas morirán contigo.
Ahí radica una paradoja: nuestra imperfección nos hace propensos a fallar, pero también nos obliga a confrontar la ética de la compasión. Si aceptamos que todos somos falibles, la respuesta no está en buscar una justicia cósmica, sino en cultivar sistemas y relaciones que permitan reparar, aprender y reintegrar. La redención, el perdón y la resiliencia emergen como antídotos. Por ejemplo, culturas que priorizan la restauración sobre el castigo (como la justicia restaurativa) reconocen que el error no define irrevocablemente a una persona.
Filosóficamente, esto conecta con el absurdo existencial: vivimos en un mundo sin garantías, donde nuestras acciones tienen peso, pero no controlamos todas las variables. Albert Camus sugería que, ante el caos, creamos significado mediante la rebeldía ética: actuar con integridad a pesar de la incertidumbre. Por otro lado, tradiciones como el budismo enfatizan el karma no como castigo, sino como consecuencia natural de las acciones, invitando a la atención plena en cada elección.
En lo personal, el miedo a "arruinarlo todo" puede paralizar, pero también es un recordatorio de nuestra vulnerabilidad e imperfección. Sí, un instante puede cambiar todo, pero también lo hacen la perseverancia, la humildad para pedir perdón y la voluntad de reconstruir. La vida rara vez es lineal; incluso en las caídas más duras, hay espacio para reinventarse, aunque el proceso sea doloroso.
En resumen, no hay justicia inherente en las consecuencias desproporcionadas de nuestros errores, pero sí hay humanidad en cómo respondemos: con responsabilidad hacia quienes dañamos, compasión hacia quienes fallan y la convicción de que, aunque imperfectos, podemos elegir no reducirnos (ni reducir a otros) a un solo momento de error. La justicia, en este sentido, no es un destino, sino una práctica colectiva de empatía.
-
Autor:
Hugin & Munin (Seudónimo) (
Offline)
- Publicado: 5 de abril de 2025 a las 15:33
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 12
- Usuarios favoritos de este poema: Polvora, EmilianoDR
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.