No quiero, no me gusta

No lo quiero hacer rápido,
rápidamente, auque al tiempo,
lo que yo prefiera o deje de 
preferir se la trae al pairo, pero,
a despecho de lo que el tiempo
opine, no me gusta hacer cosas
a tontas y a locas, me gusta parar
sus manecillas, que parezca que 
se han roto aunque fuese por la 
eternidad de un instante, acercarme
con cuidado a la cosa y abarcarla 
suavemente, observar con detenimi-
ento el tejerse que constituyó su ser,
untármela en los dedos para testar
su tacto, si es terciopeloso o áspero,
aproximármela a la punta de la lengua
para decidir su gusto, llevar la nariz
hasta sus inmediaciones a ver si, de
repente, algún aroma se me cuela 
por entre la pituitaria amarilla, y, ya
saciado de tanto placer, abrazarla lento
con el puño de la mano derecha para, 
como si fuese caracola de mar, pegar
su orificio al mío y entender qué me
está diciendo, si es una canción que ansía
compartir conmigo o una confidencia. 
Desde el viernes arrastro un recuerdo, 
la fascia del pie izquierdo, esa que se me hinchó
allá por mayo del dieciocho, se me ha vuelto 
a rebelar pero solo por su borde exterior, y pi
do, u ojalá, mejor dicho, no se me agarre tanto
tiempo como la primera vez, que sea solo eso,
una visita, como esas de la vecina olvidadiza
que, acabando de venir de la compra, resulta
que se le pasó comprar sal (cosa inexplicable),
Bueno, ya mé quedao agusto, lo cuergo y a vé.