PRÓLOGO:
Este es un cuento que nació como poesía, pero se aferró a la prosa más que al verso.
Quiso ser suspiro, imagen suspendida, bruma sin ancla. Pero las palabras —tercas, densas, narrativas— lo arrastraron al territorio de la prosa. Aun así, en cada línea tiembla la música de un verso no escrito.
Es una cartografía hecha de intuiciones: un mapa sin coordenadas, trazado por murmullos y presencias. No se ofrece para ser entendido del todo, sino sentido, como se siente una sombra al pasar, o un nombre al borde del sueño.
Es un murmullo que eligió quedarse. Y tú, lector, estás a punto de entrar en su silencio.
CAPÍTULO I: EL DESPERTAR
Desperté en una casa que no reconocía. Arquitectura sin estilo, paredes ajadas por el tiempo, y un silencio que no pertenecía a ninguna hora lógica. Era tarde. El reloj mental marcaba entre las doce y las dos de la tarde, pero no había certezas. Me incorporé. No importa si estaba vestido o desnudo; lo relevante era estar de pie y seguir el impulso: caminar.
Atravesé el zaguán. Me condujo a una sala que no era sala, un espacio sin función definida. El lugar parecía observarme.
CAPÍTULO II: LAS GUARDIANAS
Allí aparecieron dos mujeres. Gordas, bajitas, de piel curtida y ojos con juicios no pronunciados. Una rondaría el metro cincuenta y cuatro; la otra, apenas el metro cincuenta. Sus voces eran un mosaico de caliche, insultos y órdenes implícitas. Me señalaron el comedor.
Avancé. Había comida. Irrelevante ahora qué tipo. Lo relevante era el hombre que estaba sentado allí. Alto, 1.80 o más. Piel tostada. Cara de malo. No del malo cinematográfico, sino del malo real. Esa clase de rostro que activa la supervivencia.
CAPÍTULO III: LA CONVERSACIÓN
Me ordenó sentarme. Lo hice. Empezamos a hablar. Recuerdo vagamente el contenido: dificultades de comunicación, discrepancias en el lenguaje. Él decía que yo hablaba muy elegante, muy culto. Que mi forma de hablar era casi una ofensa.
La conversación derivó en la confianza. Tema universal. Tema trampa. Él, por primera vez, sonrió. No una sonrisa cálida. Era más bien la mueca de un depredador entretenido. Sentí una conexión siniestra, como si por fin hubiéramos sintonizado en un canal común.
CAPÍTULO IV: LA PREGUNTA
Entonces llegó la pregunta: —Y dime, señor elegante, fino... ¿Tú confías en Victoria?
Todo se detuvo. ¿Cómo sabía él ese nombre? ¿Qué mecanismos de este sueño le habían revelado eso? ¿Era esto un sueño? ¿Un mensaje? ¿Una trampa?
Jugaba con un cuchillo. Lo hacía girar con los dedos, como quien ya ha decidido el final pero se divierte demorándolo. Tenía que responder. Dije: —Confío en Victoria.
Iba a explicar mis razones, argumentar, construir. Pero la alarma sonó. Fin del sueño.
CAPÍTULO V: LA MAÑANA SIN LUZ
Quise contarlo apenas desperté, pero no había luz. Ironías de lo onírico: un sueño oscuro seguido por una casa apagada. Regresé del colegio al mediodía y la electricidad seguía ausente. Comí lo que mi tía había traído. Comida de la calle. Necesaria. Irrelevante.
Horas después, el ventilador zumbó. Volvió la luz. Todo volvió.
EPÍLOGO: EL ROSTRO
Ese hombre... su rostro aún me persigue. No hay lógica que lo borre. Su piel quemada por el sol, el bigote fino, la amenaza en los ojos. Parecía más una entidad que una persona. Como si en el sueño hubiese cruzado una frontera invisible.
Quizá no era el diablo. Quizá era solo una parte de mí que no había querido ver.
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Autor:
Solo un idiota sin más (
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- Publicado: 24 de abril de 2025 a las 21:01
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 7
- Usuarios favoritos de este poema: alicia perez hernandez
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