La radio, esa amiga enemiga, compañera invasora, propala noticias mientras en la pieza se estiran los sonidos, inhabitando las paredes sordas e impregnándolas de palabras. Las sábanas duermen tranquilas el descanso de la noche anterior cuando el velador ya no alumbra, aletargado por los haces de luz de un sol mortecino que entra barriendo las sombras. Por allá y por acá libros amontonados y papeles, frazadas que todavía no abrigan abandonadas a esperar mejor suerte para este próximo invierno frío. Medias usadas que descansan y cuelgan su pereza visible de zapatillas que recuerdan sus caminatas ciudadanas, mientras la radio sigue escupiendo palabras en ritmo desenfrenado.
A veces mezcladas con alguna melodía, canción o cosa parecida, moldeando un conjunto de sonidos incomprensibles a la sordera mental del que perdido en propias cavilaciones sólo intenta pensar en otras frecuencias. Suena el teléfono de quien no se desea, y se anhela que sea de quien se quiere. Pero no hay sonido posible. Al tiempo que una camisa reposa, rayada e impasible y observa desde el espaldar de la cama, contemplando ese íntimo universo de una habitación forrada de cortinas ventanales que aíslan de las curiosidades externas, pudiénsose adivinar un mundo afuera que se mueve más allá y autónomo de las palabras que la radio pronuncia. Un calzoncillo nuevo denuncia que hace tiempo espera para salir a pasear en su anonimato bajo el pantalón ya curtido de lo urbano, ya acostumbrado al diario trajín de la supervivencia y al mandato económico de seguir durando hasta quién sabe cuándo.
Y la radio sigue sonando, sigue ahí, cual inmensidad del éter que impregna la totalidad meridiana de intimidades anónimas. Voces sin rostro que se pegan al paladar y se juega a adivinar las caras parlantes. Inflexiones pronunciadas y audibles que se mezclan, cruces de frases y pensares. Opiniones contrapuestas de opinólogos especialistas en opinar, aunque no tengan la más mínima prueba de lo que dicen. Denunciólogos avezados en denunciar lo que sea aunque no haya verdad alguna. De lo que se trata es del rating, ese monstruo que da de comer a los egos. De resultas, ya no corre aquello de que al agua derramada no se la puede recoger nuevamente. Saben, bien lo saben, que derramando más agua sobre la ya esparcida se tapa, aunque el barro sea mayor y agobiante. Y ahí vamos, los que oficiamos de contenedores de agendas ideológicas no definidas, con oficios de veletas, camaleonescas versiones posmodernas moldeando la posverdad en forma de pastillas verbales para administrar auditivamente a las mentes desprevenidas.
Tiempo nuevo y tiempo viejo relatados en formatos de nuevas viejas noticias que invaden las baldosas grises de esta habitación donde vivo, de esta caja de resonancia íntima donde se teje la vidamuerte diaria.
De vez en cuando algún grito de ¡gol! y diez minutos de explicaciones para algo tan simple: ¡gol!. Punto. Y la soledad cotidiana se ve quebrada por la radio que propala palabras, propagandas y publicidades que llaman a comprar lo que no se puede tener, y a tener lo que nunca podría ser comprado. Sensación perversa de una compañía totalmente ausente que aumenta la impotencia y la injusticial social. Con melifluas voces que susurran en vehementes párrafos que convencen que lo mejor no es ahora, sino cuando se tenga lo que ofrecen.
El velador bosteza su sueño apagado mientras la cama se acurruca fetal, las medias se han derretido vencidas sobre las zapatillas que estiran sus tendones, las frazadas doblan su contractura nocturna miradas por cortinas que se arrullan entre sí, el calzoncillo se ha dado casi por vencido, el pantalón se arruga de pereza y las paredes se derriten suavemente para calmar un tiempo duro y pesado que es vivir nuevamente el día. Pero eso no me lo dice la radio.
Apago el aparato y me pongo a escribir.
Ricardo E.F.(e.p.)©
-
Autor:
Ricardo E.F. (
Offline)
- Publicado: 25 de abril de 2025 a las 05:24
- Categoría: Sociopolítico
- Lecturas: 8
- Usuarios favoritos de este poema: El Hombre de la Rosa, EmilianoDR, Carlos Armijo Rosas...✒️
Comentarios2
Ricardo, las cosas que no dice la radio, las dice el poeta.
Gracias por tu prosa.
Saludos.
Gracias por tu consideración, Emiliano. Abrazo.
QUE LA RADIO NUNCA MUERA AMIGO RICARDO...
Por supuesto que no. Como ningún medio de comunicación. Sólo que a veces los convierten en "miedos de incomunicación" por la falta de ética y el mercadeo del rating.
Saludos.
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.