Javier Heraud (Peru 1942-1963)
Yo no me río de la muerte
elegía
Tú quisiste descansar
en tierra muerta y en olvido.
Creías poder vivir solo
en el mar, o en los montes.
Luego supiste que la vida
es soledad entre los hombres
y soledad entre los valles.
Que los días que circulaban
en tu pecho sólo eran nuestras
de dolor entre tu llanto. Pobre
amigo. No sabías nada ni llorabas nada
Yo nunca me río
de la muerte.
Simplemente
sucede que
no tengo
miedo
de
morir
entre
pájaros y arboles
Yo no me río de la muerte.
Pero a veces tengo sed
y pido un poco de vida,
a veces tengo sed y pregunto
diariamente, y como siempre
sucede que no hallo respuestas
sino una carcajada profunda
y negra. Ya lo dije, nunca
suelo reir de la muerte,
pero sí conozco su blanco
rostro, su tétrica vestimenta.
Yo no me río de la muerte.
Sin embargo, conozco su
blanca casa, conozco su
blanca vestimenta, conozco
su humedad y su silencio.
Claro está, la muerte no
me ha visitado todavía,
y Uds. preguntarán: ¿qué
conoces? No conozco nada.
Es cierto también eso.
Empero, sé que al llegar
ella yo estaré esperando,
yo estaré esperando de pie
o tal vez desayunando.
La miraré blandamente
(no se vaya a asustar)
y como jamás he reído
de su túnica, la acompañaré,
solitario y solitario.
Las llaves de la muerte
Ahora y siempre en mi rostro
conservo la inigualable voz,
la voz única que abrirá las
puertas incansables de la vida,
las puertas inagotables
de la muerte.
La única voz en mi rostro
eternamente conservo, mi
rostro que es inmediato
a la hora del mediodía,
que es susceptible de frente
al sol eterno, que es partitura
de llantos ante la muerte.
La voz única contiene
incansablemente
mi rostro. La inigualable voz
que es capaz de abrir las puertas
de la vida, que puede abrir
las puertas de la muerte.
Mi rostro y mi voz se
confunden en las puertas
de la vida,
se confunden en el alba
de la muerte,
ambos,
rostro
y
voz,
como
una
llave,
como
un
racimo
de llaves,
como
eternas
llaves
de
la
muerte.
epílogo
Sólo soy
un hombre triste
que agota sus palabras
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De: "El Viaje". 1961.
- Autor: Azor314 (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 3 de diciembre de 2010 a las 00:44
- Comentario del autor sobre el poema: Era un 10 de Mayo de 1963, casi anocheciendo,(como las 6.30p.m.) cuando cuatro jóvenes cansados, sucios, con su pequeña mochila a la espalda, ingresaron por la calle Arequipa, en Puerto Maldonando frontera Peru- Bolivia- venían cruzando la Sierra por varios días-; luego voltearon por la Dos de Mayo, caminaron una cuadra, y se alojaron en un hostal de la calle León Velarde; este ingreso fue visto por un guardia (hoy, Policía Nacional) vestido de civil. Los jóvenes eran Javier Heraud y tres acompañantes; todos ellos peruanos convencidos de que la protesta popular es el mejor reclamo ante tanta pobreza. Javier y sus acompañantes, después de asearse salieron a buscar un lugar donde alimentarse. Puerto Maldonado no era como ahora, con tantas pensiones, para todos los gustos. Al retornar al hostal, una persona les avisó que la Guardia Republicana y el Ejército los estaba buscando, a pesar de que no sabían quiénes eran los jóvenes sospechosos que habían llegado a Puerto (Maldonado). Eran miembros del Ejército de Liberación Nacional ELN, grupo guerrillero, por lo tanto, optaron por escaparse por la parte de atrás del hostal, y se escondieron por detrás de la Catedral, en ese entonces, lleno de “monte” o matorrales. Esa noche la GR lo buscó, dispararon por todos los matorrales, pero como era obscuro y los GR no se animaron a ingresar por entre el bosque secundario, más bien un balazo mató por la espalda al GR Sato (indicio de que no fue disparado por los jóvenes); lograron los jóvenes pernoctar en el lugar. Bien entrada la maña del día 11 de Mayo, en el Puerto, en la margen derecha del Río Madre de Dios, una canoa les ayudó a cruzar al río, hacia la parte de la Cachuela. Ya “toda la población había sido avisada, para que se cuidaran de los guerrilleros”, la gente de la Cachuela también estaba enterada.
- Categoría: Sociopolítico
- Lecturas: 18
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