Acabo de despertar de un sueño

Acabo de despertar de un sueño

Acabo de despertar de un sueño, uno profundo. Un sueño del que nunca hubiese querido despertar. Tú y yo, dos almas desconocidas, nos hemos encontrado por primera vez en el mismo tiempo y espacio, guiados inconscientes por la única estrella que deslumbraba en la noche.

Nos buscamos desesperados, con el cuerpo ya cansado de tanto correr entre una inmensa manada de árboles negros, entre un mar infinitamente negro, con el murmullo de la noche atrapado a los oídos. Nosotros no lo sabíamos, pero debíamos encontrarnos. Así lo pretendía el destino. Y lo pudimos hacer después de un largo respirar del alma. Y para nuestra suerte no fue tarde. Tan sólo bastó estar cerca, para comprender que eras todo y mucho más; y que con tu sonrisa misteriosa convertiste mis sombras en esperanza. Tenías los ojos pardos, bellos, unos ojos bellos y pardos; labios pequeños, como los brezos que se siembran en otoño; un cuerpo esbelto, pintado del color oculto de la miel; y el cabello café, intentando devorarte los hombros. Mientras más te observaba, mi sangre fluía y fluía, y yo perplejo me preguntaba ¿de dónde ha salido? Y no encontraba la respuesta, no existía dicha respuesta.

Ya estábamos de frente; demasiado cerca y mirándonos, como si estuviésemos muertos. Intenté disimular la mirada para evitar tus ojos fijos, que me miraban y penetraban al mismo tiempo, pero eso es algo que no suelo controlar con facilidad. Te sonreí, y luego te abrasé aparentando estar tranquilo, pero mi corazón latía a la velocidad del viento que cortaba nuestras mejillas; era un viento frío y lejano. Y de la piel comenzaron a brotarme mariposas anhelando libertad. Y esa fue mi primera impresión, sentirte desde lo más hondo, desde un lugar que nadie conocía y que ahora tú ineludiblemente estabas conociendo.

Te solté despacio. Necesitaba alejarme, estaba a punto de salir corriendo. Y al escuchar tu voz decir la primera palabra, el cuerpo comenzó a temblarme de manera exagerada. Mientras más intentaba contener las emociones, más el cuerpo me temblaba. Mis ojos se cerraron, y por un eterno instante te desvaneciste entre las sombras. Y todo se puso más oscuro. Y yo caía, caía en un vacío interminable; ya abrumado, ya agotado por esa lucha del corazón y el pecho por tenerte cerca. Y justo antes de llegar al fin, sentí dos alas abrazárseme a la espalda; ellas no pretendían soltarme, y me envolvieron en un calor tan intenso como ese fuego que crecía por debajo de nosotros. Y entonces recuperé el aliento. Y tus manos rodeaban mis hombros; nuestros rostros estaban a la corta distancia de nuestras narices. Y ese fuego calentándonos los pies y quemándonos desde adentro, hacía a tus ojos verse más hermosos que esa luna azul ocultándose por detrás de tu cabeza.

Y ahí estábamos, solos, absorbiéndonos el silencio y respirándonos mutuamente, mientras que  alrededor todo se hacía nada y la nada se hacía todo. Igual no podía más. No podía tolerar esa corta distancia que nos separaba y agache la mirada. Con una mano me tomaste del mentón y exigiste que mirara de nuevo tus ojos, tus ojos profundos. No pude resistirme y cedí. Nuestras bocas estaban cerca, tan cerca que sentíamos al aliento mezclarse con el almizcle del aire. De a poco nos íbamos descubriendo. De a poco te hacía mía y de a poco me hacías tuyo.

Y en el momento menos pensado, el cielo se tiñó de púrpura, y en cuanto la primera gota reboto en tu frente, tomé fuerzas y te besé. Y te besé tan apasionada e incansablemente, que juntos nos elevamos en un manto de pasión y agonía dulce, flotando como pájaros nocturnos, como peces en el agua, fundiendo nuestros cuerpos a una sola vida, a una sólo ser. Comprendiendo que habíamos sido hechos para estar juntos. Para ser uno, los dos.