En la obscuridad del azul intenso de la noche,

pequeños luceros juegan libres en la tenue penumbra de la pálida luna, que solo refleja su luz a la tierra.

Ligeramente, entre sombras, se vislumbran miles y miles de pasos, caminos, senderos que la atraviesan, la cruzan, la marcan.

Dos de ellos, ignorados, distantes, bordean su derrotero entre peñas, ríos, valles, desiertos, heladas cumbres y silencios que ensordecen noche tras noche……

Amanece, sol de esperanza, comienza a clarear, la obscuridad se disipa, dos senderos, tan inimaginables entre si,  lentamente, despacio, acortan distancias, se atisban, se adivinan, se acercan, se encuentran,  se unifican, se vuelven uno, crean una nueva senda, un bello camino, cambian de rumbo, adentrándose en nuevos bosques, llenos de trinos, llenos de vida.

Quietamente, atraviesan antiguos vacios plantares,  ahora llenos de trigo. La fría obscuridad de sus noches, se ilumina con un nuevo calor, no mas dos ya, son uno, mas grande, más decidido.

Bajo nubes de tormenta, parte del camino se quiebra, parece desmoronarse, pero con sordo dolor callado, continúan hasta el mar.
La arena quiere enterrarlo, borrarlo, y el mar, impávido cómplice, furioso y arrogante, arremete, pretenden ganar.

Enormes olas,  encrespadas con aire lleno de desesperanza, arroja espumoso miedo, intenta deslavar, corroer, destruir, matar,  no quiere dejar ver, que en la lejana orilla, nacerá de nuevo el sol y hay tierra que caminar.

Pobre arena, pobre mar,  el camino dejará huella, y en la mar estelas, pero al otro lado, juntos y más fuerte, va a continuar.