La mendiga

Adrian VeMo

 

Me enamoré de una mendiga

cuyos ojos formulaban una locura histriónica

y sus miradas a mi sangre borbotaba;

cuya boca derramaba en mis oídos un poema

trémulo, biográfico, dulcemente atormentado.

 

El frío, casi perpetuo, fue amansado

por una tenue lengua de fuego.

Si hasta la luna bajó a abrigar su llanto.

 

Me había enamorado de la mendiga que tarareó

una suerte de vals y bailaba. Se detuvo.

Entre la gente buscó un nombre, alzó la voz

y todos desnudaron el silencio. Sentí su soledad tan mía

como si me perteneciesen las huellas de sus zapatos.

 

Como oscuro sueño recogido augurando la nieve,

erguida la estatua invernal,

se inundó la noche; pesado témpano.

 

La mendiga, de floja sonrisa y breve sollozo,

limosneaba caridad de minutos

lo que a su rostro abriles sobraba.

Alusión de vida.

Yo olvidé que soy un mendigo.

 

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