En el salón de un piso cualquiera que sea.
El blanco de las paredes circunda una larga mesa,
y de vez en vez, una luz, luz que alumbra y parpadea.
Roja, roja es la mesa y tenue color la estantería
que aguanta el televisor.
El sillón no contesta a las plegarias de mi trasero
que se amolda como puede al cojín,
sin balbuceos.
Aquí te espero.
Dos ventanas.
La sinfonía de persiana levantada,
una tras otra, acompaña el letargo del dueño.
Y de la calle llega el estruendo que rompe el silencio.
Así las quiero, no cerradas.
Pues ya lo está mi alma.
El tecleo protagoniza el ruido interior,
y el húmedo ambiente carga de nostalgia
lo que debiera ser sin duda el letargo
de un largo, largo descanso.
Me encierro en la sala de un piso,
cualquiera que séa. Pensando en los nombres.
Alejando mariposas para desarrollar otras cosas.
Cosas que no sean ruiseñores,
cantando de amor.
No queriendo escuchar el ardor de mi corazón.
Aparecen rodajes de barca en mi mirada
ensoñando en la sala.
Arrancando hasta el último gramo de imaginación,
robando a la esperanza un poco más de su cantidad.
!Qué infinita parece!, es lo último que se pierde.
Astuta y voraz.
En este salón de cualquier piso que sea
tengo yo el placer de sentar mis posaderas
y no escrutar más que los sentimientos,
uno por uno, sin vacilación,
con despecho y valor.
Una papelera adorna la esquina colindante
al estante que aguanta el televisor.
La luz parpadea incesante minuto tras minuto.
La silla se postra delante de mi pequeño reducto.
La situación permanece inmovil como esperando
su turno de descripción,
y no se me ocurre,
no se me ocurre otra metáfora
que describirla como un juzgado,
y en la silla veo, el estrado de mi corazón.
- Autor: Nicolás Alonso (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 17 de febrero de 2011 a las 23:33
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 245
- Usuarios favoritos de este poema: GITANA DULCE
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