Ayer por la tarde, las instalaciones del Hospital del Seguro Universitario de Bolivia fueron testigos del último suspiro de Julio de la Vega, un gran autor de larga trayectoria que había ingresado al centro días atrás tras sufrir complicaciones generadas por el cuadro de diabetes que sufría desde hacía dos años.
Tras realizar los trámites de rigor, sus familiares decidieron trasladar los restos del escritor nacido en Santa Cruz de la Sierra en 1924 hacia su domicilio (situado en las inmediaciones de la zona conocida como Montículo) para velarlo allí hasta el momento de partir hacia el Cementerio Jardín.
Desde el punto de vista de la periodista Lupe Cajías, la figura de Julio será extrañada «por el Montículo (testigo de su vida desde la niñez), por los amantes del tango y los jóvenes poetas que han recibido siempre su apoyo y palabras de aliento» porque, según señaló, «más allá de su obra fue un gran ser humano». Por su parte, reproduce «La Prensa», Juan Carlos Orihuela indicó que con la partida de este novelista «no sólo la literatura y la cultura boliviana han perdido una personalidad de altísimo nivel, sino que el mundo pierde a un ser humano irremplazable».
Asimismo, Raúl Rivadeneira Prada, quien se desempeña como director de la Academia Boliviana de la Lengua, lo recordó como «un gran dramaturgo y exponente de la poesía de la segunda mitad del siglo XX». Para este experto, la ausencia física de Julio de la Vega no hará desaparecer a su figura porque «su obra queda como una muestra del tesón, de la inteligencia y de la sensibilidad» que tenía el autor.
Julio de la Vega, como sabrán muchos de ustedes, deja como evidencia de su talento títulos como «Temporada de líquenes», «Poemario de exaltaciones», «Se acabó la diversión», «Cantango por dentro» y «Matías, el apóstol suplente», muchos de los cuales lo llevaron a obtener distinciones como el Premio de Poesía Franz Tamayo y la Mención de Honor en el Concurso de Novela Erich Guttentag.
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