Hay hechos que no se olvidan y heridas que no cierran, sin importar el paso del tiempo. Hay acciones que no merecen ni deben ser perdonadas. Hay castigos que son ineludibles.
El escritor chileno Jorge Edwards tiene 81 años y acaba de confesar que, hace siete décadas, fue víctima de abuso sexual por parte de un sacerdote católico. Pasaron setenta años de aquel momento, pero los «fantasmas» siempre regresan, según confesó el reconocido autor y diplomático en una entrevista televisiva.
El abuso ocurrió en el Colegio San Ignacio cuando el hoy escritor tenía sólo 11 años de edad. Edwards calificó al cura jesuita responsable de este delito aberrante como un «loco sexual», de acuerdo a lo recogido por AFP.
La confesión llega en momentos en que el escritor y actual embajador chileno en Francia está presentando «Los círculos morados», un libro con sus memorias donde narra el abuso. Edwards aceptó que, tal vez, se anime a contar estas cuestiones a modo de «exorcismo».
Este nuevo caso de abuso infantil se suma a muchos otros que rodean a la Iglesia católica: en los últimos tiempos, se han confirmado abusos cometidos por curas pedófilos en Austria, Estados Unidos y la propia Chile, entre otros países. Ante esta realidad, algunas personas plantean que la tendencia debería obligar a la Iglesia a revisar el modo de vida que le exige a sus sacerdotes, mientras que otras piden que, al menos, la institución castigue a los abusadores, pida perdón y colabore con las investigaciones judiciales. Tampoco faltan quienes prefieren cubrir todo con un manto de silencio para proteger a la entidad religiosa.
La pedofilia, por supuesto, va más allá de la Iglesia. Aún con los agravantes correspondientes por la función social del sacerdote, lo cierto es que un pedófilo no es ni más ni menos que un delincuente sexual. Por lo tanto, debe ser castigado con todo el peso de la ley, sin importar cómo viste o su reputación social.
Cabe destacar que Edwards, al narrar su traumática vivencia, prefirió no simplificar el asunto y criticar a la Iglesia en general, como si fuese algo abstracto y dañino en sí misma. Por el contrario, agradeció a otro sacerdote, Alberto Hurtado, por haberlo ayudado a superar ese difícil momento y por enseñarle, entre otras cosas, a «mirar la injusticia social», reproduce Clarín.
Ojalá que la confesión del autor de «El peso de la noche», «Gente de la ciudad», «La casa de Dostoievsky» y «Persona non grata», ganador del Premio Cervantes en 1999 y del Premio Iberoamericano-Casa de América de Narrativa en 2008 (entre otros galardones), sirva para quebrar otros silencios y para que todos los abusadores de ayer y hoy reciban el castigo que merecen por sus acciones.
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