Capítulos XVII al XX de la novela corta «Llanero», por Teresa Domingo Català.
XVII
Kara estaba sacando agua del pozo. Quería lavarle al vagabundo un par de camisetas. El hombre no se decidía a irse, porque le intrigaban los asesinatos. Aunque no conociera a los actores del drama, quería saber en que quedaba todo aquello. Además su atracción por Kara hacía el resto. Pero la mujer seguía siendo inaccesible a todo gesto cariñoso.
Con el jabón que ella misma elaboraba, empezó a frotar la ropa del hombre. Joe correteaba entre los rosales, esquivando las espinas. Hacía caer algunos pétalos de rosa seca, y el suelo parecía una alfombra de colores. Joe husmeaba los pétalos, y alguno se le quedaba prendido al hocico por poco tiempo.
El vagabundo se sentó en la tierra, y le preguntó a Kara. ¿Por qué nunca te casaste? Y Kara le respondió. Porque los hombres no me gustan. ¿Nunca te gustó ninguno? Preguntó el hombre. Nunca, dijo la mujer. ¿No te has enamorado? Sí, dijo Kara, de una mujer. De una niña que era mi amiga, mi única amiga: Nina. ¿Quieres que te lo cuente? Preguntó Kara. Sí, le dijo el hombre, que veía como la mujer escapaba cada vez más, porque ni siquiera le gustaban los individuos de su sexo.
Nos conocimos de niñas, empezó Kara, y aunque a Nina le medio prohibían que estuviera conmigo, porque mi madre tenía fama de puta, a Nina le gustaban mis juegos, y, entonces, le gustaba mi piel.
No he tocado una piel más suave que la de Nina. Su piel se parecía a esos pétalos de rosa que están en el suelo. Sus manos todavía no estaban estropeadas y me acariciaban con la frescura de los olivos cuando ha terminado de llover. Ese era para mí el reino de los cielos, estar con ella, desnudarla en la cueva grande, acariciarla. La besaba por todo su cuerpo y soñaba con un futuro en común. Siempre estaríamos solas, nunca tendríamos pareja, ni ella ni yo, ni hijos, pero no importaría nada, porque estaríamos juntas. Pero apareció él, ese hombre detestable, ese hombre horrible, que olía a madera y a sudor, que apestaba a hombre.
Kara había hablado mirando al cielo, salvo en este momento, que miró al vagabundo, que la escuchaba atentamente. El hombre sintió el odio de Kara hacia su sexo, percibió el profundo desprecio que reinaba en el alma de la mujer, y la primitiva atracción que había sentido por ella desapareció. El odio era demasiado intenso, se podía entrever con facilidad en las palabras de la mujer.
El hombre decidió irse, sin saber que todavía le esperaban días intensos en Llanero, porque quizá la decisión no estaba en sus manos, pues su destino le aguardaba en el pueblo aunque él no lo supiera.
XVIII
Gaz organizó el traslado de las niñas a la Sala del Dolor. Algunas madres no lo vieron con buenos ojos, pero no podían protestar. Sólo una o dos les dijeron a los maridos que se sentían más seguras con las pequeñas en casa, pero su opinión no fue tenida en cuenta.
Una mañana a principios del mes de agosto, a la nueve, exactamente, Nozh, Lul y Thel pasaron casa por casa para llevar a las niñas a la Sala. Habilitaron cuatro salas para que las criaturas estuvieran cómodas, con muñecas de trapo y doce adolescentes que las vigilaran. Cinco hombres estaban apostados en las salidas y en las entradas, para que nadie tuviera acceso a las salas donde estaban las pequeñas.
Ñol no quería ir, Niah tuvo que obligarla, ante la mirada pasiva de su mujer y de Nina, que estaba sobrecogida por el dolor. Nina vio cómo su sobrina, la más querida de los tres, iba a la fuerza a la Sala del Dolor, y sintió que era por su bien, que la niña allí estaría más segura, apartada de las garras asesinas de quien fuera. Nina seguía sospechando de la misma persona, digámoslo ya claramente. Nina recelaba de Kara. Las muertes llevaban el sello de la mujer que arruinó su vida años atrás. No sabía exactamente porqué pensaba en ella, cuando todos en el pueblo creían que el asesino era un hombre. ¿Cómo no se daban cuenta? Nina sufría su pena en solitario, sin poder compartirla con nadie, salvo con Nozh. Pero el hombre no podía acompañarla. Él tenía su propia familia, tenía sus ocupaciones. Él no podía consolarla y ella no podía ofrecerle consuelo. Estaban separados. Sólo los miércoles por la noche, en la cueva grande, se reunían los dos, secretamente. Si en el pueblo lo llegaran a saber, ni ella ni Nozh obtendrían la menor piedad del resto de los habitantes de Llanero. Porque un hombre soltero era otra cosa. Pero cuando se juntaban, sobre los hombres caía la misma férrea disciplina que sobre las mujeres.
Desde que los separaron, Nozh y Nina se veían los miércoles por la noche en la cueva grande. Cada uno se acostaba, y luego, sobre las dos de la madrugada, se levantaban e iban a la cueva, a hablar, a amarse. Los hombres en Llanero tenían su propia habitación, así como las mujeres, aunque estuvieran juntos. Para Nozh no resultaba problemático ir a la cueva, y tampoco se lo resultaba a Nina. Antes de las siete de la mañana ya estaban en sus casas. Así Nina debería esperar, para poder estar con Nozh y llorar, sí, llorar, con toda la fuerza de su alma el dolor que la estaba martirizando desde la muerte de Beth.
XIX
Nina sintió un impulso y decidió seguirlo. Se levantó, le dijo a su cuñada que salía, que iba a ver a alguien, a alguien con quien no hablaba desde hacía mucho tiempo. La cuñada, sorprendida, no dijo nada, ni pregunto quién era esa persona misteriosa a quien Nina iba a ver. Nina salió, vestida como todas las mujeres de Llanero, con el pañuelo en la cabeza, con el vestido cubriendo todo su cuerpo y los zapatos negros.
Enfiló por el camino que ya conocemos y dirigió sus pasos a casa de Kara. Recordó los juegos de las dos niñas en la cueva grande, recordó el amor que se convertiría en un odio callado, hasta estallar en espirales de un retorcimiento atroz, porque para Nina no había un ser más espantoso que Kara, no había nadie que se pudiera ganar un sentimiento más auténtico de odio que la mujer que vivía a las afueras del pueblo.
Nina caminaba de prisa, y en un cuarto de hora, poco más, vio el cerezo. Se acercó a la casa y vio a un hombre sentado en una roca y a un perro durmiendo a sus pies. Se sorprendió mucho de ver un perro, y todavía más de ver a un hombre en casa de Kara. Se acercó y le dijo al hombre: Buenos días, ¿dónde está Kara? Kara ha salido, contestó él. No sé dónde ha ido. A buscar más niñas, respondió la mujer con dureza. ¿Qué quiere decir? Preguntó el vagabundo. Nada, dijo Nina, no quiero decir nada. ¿Y usted quién es? Preguntó la mujer. Soy un vagabundo, respondió el hombre. Voy de acá para allá, me gusta conocer sitios nuevos y gente diferente. ¿Qué le pasa mujer, que la veo tan triste? Nina quedó en silencio, pensando qué respuesta podía darle al hombre. Mi vida es muy triste, dijo Nina, tremendamente triste. ¿Y eso por qué? Preguntó de nuevo el hombre. No se lo voy a contar a un desconocido, respondió la mujer. Un desconocido que viaja con un perro y que está en casa de Kara. ¿Cómo se llama? Dijo el vagabundo. Eso sí se lo puedo decir, me llamo Nina. ¿Usted es Nina? Se sobresaltó el hombre. ¿Acaso me conoce, preguntó la mujer? Usted era la amiga de Kara. De eso hace muchos años, esa amistad quedó borrada por la traición. ¿Quién traicionó a quién? Preguntó el hombre. Kara me traicionó, y mi destino a partir de entonces ha sido la soledad y el dolor. Cuando pensaba que ya no podía sufrir más, me he dado cuenta de que me equivocaba, y el sufrimiento ha vuelto a llamar a mi puerta, igual que cuando era adolescente. Ha llamado de nuevo, porque la vida es así, un continuo sufrir y penar. Perdone, Nina, pero la vida no es eso. La vida es un transitar de días de sol y de lluvia, de inviernos y veranos, un viaje maravilloso que nos depara toda clase de sorpresas. Así habrá sido para usted, dijo la mujer. Quizás haya sido así, pero para mí no ha sido otra cosa que ir de sufrimiento en sufrimiento. Acaso Llanero sea un pueblo para padecer, dijo el hombre. Quizá fuera de este pueblo fuera usted feliz. Nina le miró fijamente. ¿Irse de Llanero? ¿Adónde? Que dice usted, hombre. Ni siquiera debería estar hablando con un desconocido. ¿Adónde iba a ir yo? A La Rueda, por ejemplo, dijo el hombre. ¿A La Rueda? Toda mi vida la he pasado en Llanero. Sólo conozco las costumbres de Llanero. No conozco bien todas sus costumbres, continuó el hombre, pero sé que fuera de este pueblo hay otra vida y usted podría ser feliz fuera de aquí. ¿Sin Nozh, sin mis sobrinos, especialmente Ñol? ¿Qué iba a ser de mí? Venga conmigo, dijo el hombre sorprendentemente, y verá como fuera de aquí hay otros pueblos, otra forma de vida. No, no. Yo no podría irme de Llanero, dijo la mujer, convencida. Siempre he vivido aquí, este es mi pueblo, esta es mi gente. ¿Y el asesino? Preguntó el hombre. ¿Saben algo del asesino? No, respondió la mujer, no sabemos nada. Pero yo sospecho, y a un desconocido se lo podría decir. Se lo voy a decir. Yo creo que el asesino es Kara. El vagabundo la miró con incredulidad. ¿Y tiene alguna razón, algún argumento, para afirmar algo tan peligroso? No, dijo Nina, no tengo ni una ni otro. Sólo mi intuición me hace ver que el asesino es ella. No se lo diga a nadie. Kara no es apreciada. ¿Quiere que me compadezca de ella después de lo que me hizo? ¿Y qué hizo Kara? Inquirió el vagabundo. Me apartó del hombre que amaba, respondió la mujer. Me privó de tener mis propios hijos – aquí se le quebró la voz – me privó de tener mi propia casa. Buenos días, dijo la mujer. Me voy.
Y así lo hizo, sin esperar respuesta, Nina volvió sobre sus pasos, sin haber visto a Kara, y un poco más de un cuarto de hora le llevó desandar lo andado. Llegó a casa de su hermano, que era su casa, y empezó con las tareas del hogar, sin dejar de pensar en Nozh, en lo mucho que le amaba, y en Beth, perdida ya para siempre.
XX
Nozh estaba frente a la tumba de Beth. Miraba con intensidad el nombre grabado en la madera. Ni una sola flor adornaba la tumba, ya que en Llanero no se les ponían flores a los muertos. Ya no habría más niñas muertas, ya que las pequeñas estaban encerradas en la Sala del Dolor. Nadie había sabido cómo investigar las muertes. Sólo habían podido desarrollar un hábito de defensa. Nadie sabía quién era el asesino. Uno no podía confiar en nadie, porque hasta Gaz podía ser el que empuñara el cuchillo para cortarle los pezones a las criaturas.
¿Quién había matado a Beth? ¿Quién? Si lo tuviera ante sus ojos, lo mataría. Nozh sabía que matar estaba mal, pero matar a quien mata ¿Por qué iba a estar mal? Y si descubrían quién era, ¿qué harían con él? En Llanero no había cárceles, nunca las habían necesitado. Todo empezó realmente hacía muchos años, cuando era muy joven, y se prendó de Nina, que ya había dejado de ser una niña para convertirse en una mujer. Se veían delante de los padres respectivos, intercambiaban unas pocas palabras, y de vez en cuanto, se rozaban. La piel se le erizaba, y quería más, quería sus labios, las manos de Nina en su cuerpo, acariciar el de ella, perderse en el deseo. Durante algunos meses estuvieron así, viéndose en presencia de otros, pero él insistió tanto que Nina le habló de la existencia de la cueva grande. Una noche quedaron y Nina le enseñó dónde estaba la cueva. Si hubiera sabido esperar, si Kara no les hubiera descubierto, si Kara no hubiera hablado, si si si, todo, quizás, hubiera sido diferente. Quizás esa niña no estaría muerta, pensó Nozh, sin saber muy bien porqué.
Llevaban dos meses yendo a la cueva de noche, cuando Kara les descubrió. Ellos no la vieron, pero ella sí les vio a ellos dos, entrando por la estrecha apertura y, un tiempo después, saliendo. ¿Cómo fue, que pasó? ¿Por qué Kara fue a la cueva de noche? ¿Qué pasó para que les descubriera y relatara a todo el pueblo una historia del pasado? ¿Por qué la bruja, la hija de puta aquella tuvo credibilidad? Eso. ¿Por qué la creyeron? Todos los interrogantes pasaron por la mente de Nozh, delante de la tumba de Beth, su hija.
Recordó aquella mañana aciaga, en que Kara llamó a las puertas de toda la gente de Llanero. Parecía oír los golpes de las aldabas. La adolescente que era Kara, enloquecida, picaba y repicaba las puertas con las palabras “A la fuente”, “Todos a la fuente”, y reunió a todo el pueblo, pues los hombres todavía no estaban en los campos cultivables, era demasiado pronto. Algunos todavía dormían, como Nozh, como él mismo, que evocaba el ruido del picaporte con un horror anticipado. ¿Qué querrá la hija de la puta? ¿Qué querrá? ¿Por qué nos convoca a todos? ¿Pero que hace esa mujer? Kara consiguió reunir a Llanero en la fuente. Y gritó. Y lloró. Y se rasgó el vestido, dejando ver su carne adolescente. Kara explicó a todo el pueblo que Nina y ella eran amantes, que iban a la cueva grande a amarse, que las dos habían estado desnudas una en brazos de la otra. Nozh palideció, porque sabía las consecuencias que implicaba aquel relato, y esperó que Nina reaccionara, que negara aquellas palabras fruto de la envidia, pensó el Nozh adolescente, y del rencor. Pero Nina no supo negar nada. Pálida, enfebrecida, no hacía más que mirarle a él, a los padres de él, y a sus propios padres. Kara siguió contando los detalles escabrosos de una relación que se había roto por la presencia de Nozh, y cantó su dolor encaramada a la fuente, mostrando su cuerpo y, lo que todavía era peor en Llanero, mostrando su alma.
Cuando Kara terminó de hablar un silencio sobrecogedor envolvió el pueblo entero. Nadie dijo nada, pero todos sabían que el compromiso entre Nina y Nozh se había roto para siempre. Y así fue, porque el padre de Nozh le prohibió terminantemente tener relación alguna con Nina. Y los padres de Nina fueron muriendo de pena, y Nina quedó en casa de su hermano, como ya sabemos.
Y todo por Kara, pensó Nozh, la maldita bruja, la asquerosa hija de puta, la maldita lesbiana que se permitió pasear el dolor de su pérdida ante todos los habitantes de Llanero.
Comentarios3
Llanero me parece una excelente obra, donde puedo conseguir toda la novela? de que editorial es?
agradecedere toda inofrmacion acerca de esta obra.
Hola Ana, la novela no está publicada en papel, por ahora, la novela la puedes conseguir aquí, en poemas del alma, donde están archivados los capítulos en Novelas.
A ver si alguna editorial se anima... Sería bonito.
Muchas gracias por tu comentario.
Saludos cordiales de
Teresa
Llanero.Me parece fascinante,he leído muchas cosas de esta web,pero Llanero me ha sorprendido,muy correcta la narración,y lo que es importante,engancha,lástima que no se pueda conseguir en una librería.Felicitaciones a su autora y ánimo ^^
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