Los mil y un caminos es el título de una excelente selección de cuentos hecha por la escritora María Irma Betzel. El libro lleva el sello editorial de Marben y cuenta con el apoyo de Fondec.
Antes que nada, deseo dejar constancia de que el tratamiento que la autora da a los relatos es muy lúcido (muy de psiquis adentro), y esa lucidez instalada en todo cuanto nos va contando hace que entremos con un suficiente grado de confianza en la lectura.
Su lenguaje, sin perder la fluidez (la fluidez, según mi criterio, es el azúcar imprescindible en cualquier obra), está avalado por un conocimiento importante de la sintaxis.
Se advierte rápidamente el tratamiento puntilloso y detallista que María Irma Betzel ha dado a las frases, a las ideas, al argumentum de cada cuento, para mantener el enfoque y la expresión literaria en un nivel que procura permanentemente alcanzar la excelencia. Eso es bueno.
He encontrado cuentos donde la fantasía luce en sorprendentes y cautivantes formas. Vaya como ejemplo aquel que da pie al título del libro, o sea, «Los mil y un caminos». Su escritura está sustentada, en numerosos pasajes y planteamientos, por mensajes moralizadores que nos confrontan no solamente con nosotros mismos y nuestras historias personales, sino que además apuntan una suerte de compromiso social en los escritores.
Existe un cierto acento de poesía y un trazado entre melancólico y nostálgico en sus escritos que se bifurcan, se abren, caminantes de sí mismos, de polvos, de utopías, y de funciones lógicas en la búsqueda de su depositario final, o sea, el lector.
Son objeto constante de mi atención la variedad temática de su obra y los diferentes como solventes usos que la autora hace del lenguaje. ¿Oficio? Oficio y talento, digo yo.
Su sensibilidad ante la «diversidad» de la pobreza extrema en nuestro país, que recae sobre los más débiles e indefensos, los niños, suena como un trueno (estando el cielo limpio y soleado) en la conciencia.
Esa sensibilidad se potencia, se multiplica hasta su más elevado grado en «Como antes». La autora ha tomado una frase de Jorge Debravo, que usa a manera de introducción en el cuento citado. He aquí: «Un millón de niñitos se nos muere de hambre y un silencio se duerme contemplándolos».
Análisis de conciencia
La cualidad inherente a su oficio de escribir es aquella capacidad suya de observar su entorno y someterlo al análisis de su conciencia. Otra cualidad es su propia introspección, que pone en ejecución sus recursos intelectuales y morales para intentar comprender qué es lo bueno, y su contrario, lo perverso o malo. Un ejercicio literario duro es el suyo, lo sé muy bien, pero de ninguna manera delegable o excusable. Toda obra crece prósperamente a la sombra del escritor que se exige bastante.
El juego con lo absurdo a través de muchos tramos del material es un trampolín que la autora utiliza con idoneidad. Creo no equivocarme demasiado al expresar que le salen fácil, naturalmente, la recreación y la invención de determinadas situaciones que no tienen convivencia con lo normal. A propósito, recomiendo la lectura del inspirado cuento «Aproximación cronopial».
Los finales, motivos de insomnio y de consultas con los colegas, tantas veces, en numerosos cultivadores del cuento breve, cumplen con su objetivo. Y es así como debe ser, desde luego.
No hay nada tan criminal, literariamente hablando, que enfrentarse a aquellos relatos cuyo fin ya está cantado o anunciado apenas uno inicia la lectura del texto o llega a la mitad de su recorrido.
María Irma Betzel, nacida en la Argentina pero radicada en el Paraguay desde 1986, debe sentirse orgullosa con la publicación de esta obra.
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