El Chaco paraguayo en la guerra y en la paz se llama el libro escrito por la historiadora y socióloga Milda Rivarola. El material, que es un álbum gráfico con soporte histórico, lleva el sello editorial de Servilibro.
Muy valiosos y de enorme revelación documental son los mapas, las fotografías y los dibujos que guardan correspondencia con el Chaco paraguayo, sus fábricas, su fauna, su flora y sus pobladores, o sea, los indígenas. Expresa la autora que esta fue la región del Paraguay contemporáneo que durante más tiempo -cuatro siglos y medio- ha sido, por excelencia, territorio indígena. Y apunta que hasta la fecha, huyendo de nuestros violentos cánones civilizatorios, allí sobreviven algunas familias ishir y ayoreo.
Por demás ilustrativas son las imágenes y fotografías, así como las ilustraciones de la guerra contra Bolivia (1932-1935) que tantas vidas jóvenes segó. A propósito, son casi ochenta las imágenes que ilustran la contienda. Y se ha buscado, honrando la imparcialidad, mostrar registros fotográficos de los bolivianos como de los paraguayos internados en el «Infierno verde». Eso habla claramente del método idóneo, fiel a la historia, elegido por Milda para abordar el texto. Pienso que la guerra la pierden los jóvenes, y nos disminuye a todos por igual.
Cómo sensibilizan, por cierto, las fotos a través de las cuales se observan a los soldados bebiendo agua. Aquella fue «la guerra de la sed», la más terrible. No faltaba, de más está decirlo, pero igual lo digo, el «cuatrereo» de los escasos camiones aguateros. Hay un dibujo de M. T. Gubetini en Sofovich que llamó poderosamente mi atención, no tanto por su calidad artística, que puede ser o no considerada desde cualquier punto de vista, sino por su demoledor mensaje: «No le dieron pan, ni enseñanza, ni supo de bondad humana… pero le dieron armas para ir a afiebrarse en el Chaco y morir en una guerra tan inútil como suicida».
Escribe la Rivarola que, si bien esta obra no es académica, la hizo como un retorno al país de su remembranza. Cuenta que amó entrañablemente ese territorio hosco y extraño en el que aprendió a trabajar hace muchas décadas.
«Mundos del trabajo» es un capítulo con imágenes, altamente recomendable. «El capítulo del trabajo es, junto al de los pueblos indígenas y de la guerra, uno de los más extensos de esta recopilación. Imágenes de las estancias tradicionales -vaqueros saliendo del campo, rodeos de ganado, troperos en ropa de faena, domas de potros y marcaje de animales- se suman a otras menos usuales, como las de bueyes de montura más aptos para zonas pantanosas del Chaco», comenta la autora.
Y qué decir de los personajes chaqueños. En su paso por la Región Oriental, fueron por cincuenta años, empresarios tanineros. «El primero -en extensión de tierras adquiridas, en el rol de sus ferrovías para el transporte de combatientes en la guerra, en la venta de tierras a inmigrantes- es indudablemente el hispano- argentino Carlos Casado del Alisal», puede leerse en este libro hecho con solvencia y sentido perfeccionista.
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