La palabra del cuerpo

Lourdes Espínola es una de las poetisas paraguayas que maneja el lenguaje erótico con solvencia.

Hay grandes poemas de la poesía erótica en nuestro país y en el exterior.

Según las consideraciones del magistral Tolstoi, «El arte empieza en el momento en que el ser humano expresa su sentimiento». Pues bien, en su libro Desnuda en la palabra, perteneciente a la Colección Torremozas, la autora expresa su imperiosa necesidad de ser amada, y esa expresión suya, sin asomo alguno de timidez, es digna de celebración. Ya querría alguna escritora decir sin tantas vueltas lo que su cuerpo pide, pero no lo hace porque maneja, tal vez, otro concepto de la poesía. No hago ningún tipo de cuestionamiento ni nada por el estilo. Que cada cual escriba como le venga en gana, desde luego. Finalmente, entre lo que atañe al espíritu y lo que compete a la carne, el artista tiene la plena libertad de escoger.

Como si su cuerpo fuera tomando la palabra, escribe esta notable poetisa nacida en el Paraguay.

Tal vez sea necesario recordar que la poesía no está ligada irremediablemente, como puede creerse, a los astros que tiritan a lo lejos, los golpes de las olas contra los arrecifes, la caída de las hojas de un viejo ciprés, el triste silbido del viento, el vuelo de los gorriones rumbo a un sitio desconocido. Hay poesía patriótica, poesía religiosa, poesía amorosa, poesía existencial, poesía erótica, etc. Hay variedad, en resumidas cuentas. Con este muestrario puede llegarse a entender la diversidad del pensamiento de quienes protagonizan un acto o hecho poético.

Cabe mencionar en este comentario que el libro de Lourdes Espínola lleva prólogo de José Emilio Pacheco, un reconocido escritor mexicano.

Yo te miro, me miras,
y de pronto soy gata
que baja con los ojos
tu entera ropa.

Soy gata que araña
tus papeles y tiesos pantalones.

Te miro en la memoria
y salta felina la caricia.

Revuelvo tu café y tu paciencia,
te miro en la profundidad de tus zapatos.

Empiezo bautizándote,
de arriba abajo,
designando su nombre a cada cosa.

Te miro, en silencio – aullido
de zarpazo final,
mientras te escucho
subiendo a la azotea más alta,
estirándote, felinamente gimiendo.

Lourdes Espínola

Fuente: ABC Digital



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