Lina ante la pantalla, frente al espejo, en el coche. Lina cada vez más asustada porque un demente ha decidido estropearle la vida, acosándola a todas horas, en cualquier escenario. Este es el punto de partida de «Los atacantes» de Alberto Chimal (Páginas de Espuma), un libro de relatos difícil de clasificar; por momentos más cerca del terror y de a ratos asomándose al absurdo. Una obra llena de humor y escrita con una arrolladora sinceridad. Y, una vez más, una de esas lecturas que ofrece Páginas de Espuma cuya diversidad y voracidad lectora la convierten en la editorial cuentista por antonomasia. ¡Allá vamos! ¡Eso sí! Hay que abrocharse el cinturón porque lo que viene a continuación puede movernos la silla y provocarnos esas nauseas típicas de los altos vuelos.
El miedo como motor de la lectura
¿Qué sentirías si de pronto una persona a la que no conoces de nada lo supiera todo de ti? ¿Y qué si de un día para el otro esa misma persona comenzara a enviarte mensajes a todas horas, adivinando con una certeza milimétrica qué ropa llevas puesta, dónde has perdido las llaves, a qué nuevo edificio te has mudado o con cuál de tus amigos has ido a tomar una copa la tarde anterior? Miedo, terror, agobio. Sí, son todas respuestas razonables. ¿Y si te digo que esas palabras no significan nada en comparación con lo que te sacude cuando vives en carne propia esas experiencias? Ten la certeza de que si eres un buen lector, podrás empatizar fácilmente con los personajes de Chimal y, al abrir este libro, te embarcarás en un viaje sin vuelta atrás a través de los acomplejados laberintos de tus miedos.
«Los atacantes» es un libro que reúne una serie de historias (a cuál más tenebrosa y desagradable) que se hallan escritas con la evidente percepción de quien conoce los pozos que va cavando la literatura en nuestro interior y se dirige a través de ellos a lo más profundo de nuestras emociones. Historias que nos sumergen en realidades que se convulsionan de pronto ante la aparición de una criatura perversa que parece empecinada en estropearle la vida a los protagonistas y que consigue, también, poner en duda nuestro propio mundo.
Criaturas como Connie Mulligan que aparece de la nada haciendo uso de sus contactos y demuestra tener un gran dominio de la realidad y la intención de convertir la vida de un empleado editorial en un verdadero caos. Y ahí está Miguel Ángel Florencia, recién ascendido, soportando a una desconocida que lo acosa y que le obliga a meterse en un pasillo sin vuelta atrás. Un laberinto que lo llevará a su pasado y lo enfrentará con esas miserias que ha intentado tapar por todos los medios.
Uno de los elementos de los que se vale Chimal para desquiciarnos completamente es la intrusión de las redes sociales en nuestra vida; y juega con esa esa paranoia que se ha vuelto muy popular en los últimos años: la sensación de estar constantemente vigilados, de no ser dueños de nuestro tiempo y de estar prosumiendo para las grandes multinacionales al usar Internet. Es cierto que las nuevas herramientas de comunicación cuyo objetivo es mantenernos hiperconectados, tienen su pata floja; tal es así que han colaborado muchísimo con el aumento de los acosos. La posibilidad del anonimato que ofrece Internet vuelve más viable este tipo de delitos que proliferan cada vez. De hecho, son muchos los casos de injuria y acoso que sufren personas del entorno público. Chimal se aferra a esta debilidad de nuestro tiempo y nos entrega una obra llena de intriga y de ojos que nos observan.
Acosadores, suplantadores y stalkers se mueven con tranquilidad, a sus anchas, a través de estas páginas. Como delincuentes anónimos se aparecen de pronto en la vida de los protagonistas de estas historias para convertir sus rutinas en verdaderos infiernos y convencerlos de que nada de lo que hagan podrá salvarlos de aquella situación. Y nosotros, de este lado, leyendo con los ojos enormes, sintiendo que se acelera nuestro pulso y que ya no estamos tan solos como creíamos, llegamos a un punto tal de paranoia que perdemos la noción de lo que es real y lo que ha aflorado con la lectura. Y entonces chequeamos el teléfono por si acaso alguno de esos mensajes iba dirigido a nosotros y tratamos de abandonar la lectura con el deseo de normalizarnos; de marcar con precisión la raya que divide realidad y fantasía… Y nos damos cuenta de que ya no somos capaces.
Cuando el lenguaje es tensión
Cuando creíamos haberlo leído todo sobre el género fantástico, cuando nos habíamos conformado con el realismo en el que se ha acomodado el cuento latinoamericano en los últimos años y creíamos que la fantasía era cosa de Cortázar, aparece un autor que juega a dos bandas: a favor de la fantasía (si a esta locura se le pudiese llamar así) y de la realidad (si es que existiese un hábitat capaz de delimitarla). En Chimal la fantasía se abraza al terror, o al horror según cuán fuerte sea el sistema nervioso en cada lector, y desemboca en una serie de situaciones que se plasman en nuestra propia realidad y nos llevan a replantearnos los límites de la razón y del espacio.
En un mundo que se ha ampliado con las pantallas, que extienden brazos hacia todos los costados y nos permiten sentir de alguna forma ese don de ubicuidad, los peligros son perversos, y toda precaución es en vano. El enemigo está allí afuera (o aquí dentro) y aguarda agazapado ese mínimo instante de flaqueza en nuestra normalidad para llevarnos al borde de la razón y convertirnos en nuestros propios enemigos. La forma en la que Chimal trabaja el lenguaje es fabulosa. Y cuando digo lenguaje me refiero al hilo que se tensa y que nos lleva a sentir en carne propia las emociones y los miedos de los personajes. No hay un sólo instante en que te sientas fuera, de hecho, cuantas más páginas llevas más cerca estás de temer a esos atacantes; más cerca de desear no salir nunca más de casa y de borrar todo tu rastro de la red.
Un buen microrrelato no debe decirlo todo sino servir de puente para que el lector imagine y complete la información. No lo digo yo, lo dice Chimal en esta inteligente entrevista que le hizo Verónica Gudiña hace ya un tiempo. Y no sólo lo dice, lo lleva a la práctica sin dudar un instante, y haciéndonos dudar todos. Por eso, hay que leerlo; porque la frescura de su tinta y el misterio de sus tramas sólo son comparables a lo que nos hacen sentir las buenas películas de terror (sí, esas que ya no se hacen)!
Los atacantes
Alberto Chimal
Editorial Páginas de Espuma, 2015
ISBN: 978-84-8393-188-2
120 páginas
14 €
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