Nuestra vida se construye de decisiones. Cada vez que hemos estado en una encrucijada y hemos tenido que escoger, ahí la vida plantó una torre. Y así sucesivamente. Cada decisión por nimia que haya sido, ha torcido nuestro destino en favor de algo. Y si en esos momentos hubiéramos optado por otra cosa, hoy no estaríamos donde estamos. No así. No en este exacto momento. Es una decisión lo que cambia la vida de la protagonista de «La memoria del cuerpo» de Patricia Almarcegui (Fórcola Ediciones), un libro absolutamente colorido que permite visualizar lo que la vida tiene de pérdida pero también de luz. Una obra de la que es imposible salir sin alguna herida o la renovada presencia de esas cicatrices del pasado.
Porque la vida y la literatura se parecen
Una bailarina que ha llegado al momento temido de todo deportista: cuando el cuerpo ya no responde de la misma forma y se vuelve imprescindible encontrar un nuevo motivo por el que moverse (o mantenerse con vida). Un momento en el que es indispensable tomar una decisión. El pasado, entonces, aparece como un alud, y con él aquella primera decisión que la llevó a estar donde hoy se encuentra. El paso que cambió su vida para siempre: dejar España para estudiar en la Escuela Estatal Coreográfica de Leningrado (gracias a lo cual consiguió más tarde sumarse a una de las más importantes instituciones del ballet, el plantel del Teatro Mariinski). Sobre las repercusiones que aquella decisión tuvo en la vida de la protagonista se detiene «La memoria del cuerpo», una novela llena de música, de color y de pasión, que pienso que ningún amante de Rusia, del ballet y de la buena literatura debería perderse.
Música y literatura atraviesan estas páginas. Ya desde las primeras páginas nos encontramos con las inmensas Anna Ajmátova y Marina Tsvietávieva, para quienes la infancia es algo que nos transforma espiritualmente. Y la infancia de esta bailarina fue en otro paisaje, y se encuentra llena de bonitos recuerdos a los que ella se aferra para explicar la pasión que sintió desde pequeña hacia el baile. Aunque este tipo de pasiones siguen siendo inexplicables a través de la razón.
En Almarcegui las descripciones ocupan un papel fundamental. En estos tiempos de acción y diálogo y de lecturas superficiales, toparse con una autora que presta atención a los detalles; es más, que construye sus historias partiendo de ellos: de un gesto, de una melodía, de la arquitectura de un teatro, me resulta un hallazgo realmente fascinante. En ese sentido, la narración se apoya en las formas de las cosas para desarrollarse; como si los edificios, las plazas, los salones fueran pentagramas sobre los que se escribe música, la música de una historia atrapante y apasionada.
De todas formas, pienso que por momentos este gran acierto de la narrativa de Patricia presenta aspectos que van en contra de la trama. En ciertos cuadros las descripciones ambientales ocupan un lugar tan importante que la vida de la bailarina parece desaparecer, y esos instantes sumamente intensos de su experiencia pierden fuerza para dar paso al esplendor arquitectónico. Igual es una apreciación muy personal y lo cierto es que en mi caso ha sido un gran disfrute encontrarme con esos lugares de mi amada Rusia tan nítidos, tan mágicos, tan musicales. Pienso que para cualquier amante de este país es un libro imprescindible.
La música como hilo conductor
La música, decía, es uno de los elementos fundamentales del libro. No sólo porque estamos presenciando el día a día de una bailarina, sino porque la trama se encuentra además construida como si se tratase de una obra musical: cuatro partes que como si fueran movimientos de una gran obra presentan un principio y un final, aunque se enlazan al resto a través repeticiones y elementos comunes. En ese sentido me parece una obra absolutamente homogénea y bien formada; y eso me ha gustado especialmente.
Además, en Almarcegui contar es perseguir la belleza. Su narrativa casi poética se enfoca en causarnos emociones y brindarnos imágenes coloridas que sólo pueden sostenerse con un dominio sensual del lenguaje. Y en este punto se nota muchísimo su preparación musical, puesto que la narración se encuentra llena de acordes y melodías que endulzan, intensifican y golpean bruscamente la historia para dotarla de vida.
El broche de oro musical es una lista de canciones que pueden acompañar perfectamente cada uno de los movimientos del libro. Composiciones de Debussy, Chaikovski, Brahms y Scriabin. Sin duda, no podría escribirse ni leerse al completo esta obra sin tener en cuenta estas melodías; por lo que me parece un regalo extra maravilloso que nos ofrece la autora. Una forma de compartir un poco más con nosotros, como si necesitara explicarnos el por qué de cada parte, de cada experiencia. La música explica muy bien a la literatura, y también nuestras decisiones, así que estas recomendaciones son sin duda maravillosas.
La vida desde el futuro
Cuando éramos niños creíamos que teníamos toda la vida por delante, y que ésta no pasaría. Pero un día nos detenemos en los treinta, cuarenta, cincuenta, y descubrimos que estamos parados en el futuro y que las cosas no se ven de la misma forma. Esto le ocurre a la protagonista de «La memoria del cuerpo». De pronto es consciente de todo lo que le ha pasado, de todo lo que ha vivido, y aunque posiblemente esté donde soñaba cuando niña, también es consciente de la pérdida, del dolor, de la herida. En eso se diferencia la ilusión del pasado con el presente: en eso que no vemos cuando la vida parece un hueco de luz que nos va a sorprender.
«La memoria del cuerpo» ofrece una exquisita mirada sobre la experiencia humana desde la madurez, desde la reconstrucción de la vida cuando ya lo que estabas acostumbrado a hacer-mostrar no lo tienes. Un tema que más nos preocupa cuanto más «grandes» somos. Además, trabaja con mucha lucidez la decadencia que, si bien sentimos todas las personas, viven con mayor intensidad quienes se dedican a una actividad que incluye aptitudes físicas: deportes, baile, canto, y lo hace de una forma sincera, sin detenerse en el melodrama, con la vista puesta en la realidad y en las posibilidades.
Porque esta historia está muy lejos de ser un dramón, es una novela llena de luz, que nos invita a observar la vida como una construcción siempre imperfecta pero con momentos de intensidad, pasión y disfrute imposibles de descartar.
¡Lean «La memoria del cuerpo» y atrévanse a vivir una experiencia llena de música, color e intensidad!
LA MEMORIA DEL CUERPO
Patricia Almarcegui
Fórcola Ediciones
978-84-16247-91-2
192 páginas
19,50 €
Debes estar registrad@ para poder comentar. Inicia sesión o Regístrate.