El poeta Alfredo Pérez Alencart, nacido en Perú, pero con residencia fijada en España, ha publicado una obra poética que lleva por título Cartografía de las revelaciones.
El texto es una coedición de Verbum (Madrid) y Trilce (Salamanca).
En los versos se nota clara, nítidamente, ese amor por el prójimo, por los seres humanos golpeados por el dolor, por las penurias de una existencia tocada por los extremos, que tan bien caracteriza la poesía de Pérez Alencart.
El humanismo está presente en sus líneas, ciertamente. Pero hablo de un humanismo que es llama viva y redentora, y que se levanta, se yergue contra toda circunstancia, contra toda tapia, para intentar poner un acento de luz en el camino de quienes tienen la oportunidad de leerlo.
Hay un derramamiento de todo cuanto recibe de su Maestro, Jesucristo, en el texto Cartografía de las revelaciones.
Su obra, múltiple en inspiración, y traspasada por el sentimiento de solidaridad y de pasión amorosa, es altamente enriquecedora en estos tiempos.
Es muy llamativa la manera que tiene este libro de desplegar sus alas de águila real sobre las muchas circunstancias que le acontecen a la humanidad.
Todo le es cercano al autor.
Todo es motivo y causa para escribir.
Nada le es indiferente, pues su pluma toma nota del firmamento y de su continuación, del asco de trasfondo de un circo en el que los payasos están a punto de llorar, de los bosques desaparecidos, del poeta, proveedor de música y razón.
Sus versos, que a veces operan como placebo, salen con urgencia.
Su lirismo medita a menudo sobre el sentido de terredad de las cosas, para acabar susurrando una suerte de oración suprema y liberadora.
Pareciera que la palpitación de las ideas llegaran a hacer vibrar cada poema suyo. Y sus poemas poseen la capacidad no solo de inquietar profundamente, sino de revelar ante los ojos la poesía buscada, la voraz, la peleadora, la que avanza dando dentelladas y va de la mano con los hombres y las mujeres, cualquiera que sea su nacionalidad.
Cuanto dice lo dice con fuerza, con ímpetu, de modo tal que lo oigan todos, y su palabra caiga como rayo vencedor y ebrio de luz universal.
Alfredo Pérez Alencart va marcando, sin detenerse, las lindes, sacudiendo las flores interiores de las almas dormidas, proclamando el derecho a vivir dignamente que tiene el hombre, su hermano, su prójimo, señalando un posible paraíso, aun cuando el cielo pareciera haberse oscurecido.
Quiere cumplir, y cuánto, con todos sus deberes, los que le impone la poesía, la Alta, y su pretensión se convierte entonces en testimonio puro, válido y avivador de los fuegos del corazón.
En la diversidad de su obra, reside, sin lugar a dudas, la validez de su palabra.
Y en sus versos a Venezuela nos dice, con una voz que suena a latigazos: «Venezuela, / ¡préstame un poco de tus muertos / y deja que los frote adentro de mi corazón!».
Caminante perpetuo, tiene frases ardientes para Perú, su Perú, Brasil, Bolivia, Portugal, Ecuador.
«Soy un peruano: / pasen hasta mi corazón y vean, / vean que no hay genuflexiones ni frases delebles/ falseando méritos de peruanidad, / himnos van e himnos vienen/ los días conmemorativos hechos nada/ a la mañana siguiente».
Los huesos de alrededor
Estos huesos de la fosa descubierta
iban por el camino recto
de la vida
Desde hoy cambiarán de postura: solo de lugar,
nunca de destino, nunca como esos
cuya baba era de cal y de estólida locura
fusilante.
Hoy Pepe Mateos ha encontrado los huesos
de su padre (1936-2007): hoy lo he visto sudar
bajo un cielo de granizo.
Lo he visto en un pueblo de Castilla, escarbando
la tierra con sus uñas y con el ADN de su sangre.
Lo he visto exhumando 14 cadáveres hasta
ordenar sus huesos más queridos.
Hoy he visto llorar a Pepe Mateos,
llorar con ojos de huérfano, como niño todavía
con sus lagrimales resecos
soportando veintitrés mil días de duelo.
Lo he visto en Pelabravo
limpiando los huesos del padre para inhumarlos
como corresponde, para que la muerte
no siga amasando más tristezas.
Lo he visto conversando con Luis Calvo
mientras peinaba sus canas y guardaba las gafas,
porque desde hoy puede ver
cómo se alarga la sombra de su padre,
ya libremente
por la fría meseta castellana.
Alfredo Pérez Alencart
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