Quisiera hablar de la poesía…
…de Bob Gurney,[1] Carmen Comas[2] y Teresa Domingo Català[3]
Artículo escrito por Susana Arroyo-Furphy
Bob Gurney
La poesía no tiene anécdota, eso se ha dicho. Pero la poesía de Bob Gurney destila anecdótico recuento en incontables sucesos.
La poesía es para leerse en voz alta y esta poesía de Bob Gurney tiene tal ritmo y cadencia que aun pareciendo prosa de tan narrado, mantiene la altísima posibilidad de una lectura musical. Su verso libre juega con los espacios, con las formas, con los verbos.
En «Milagros», la cita de Tolstoi ha sido impecable. En «Sonidos» hay una historia, o varias, hechos y dichos entrelazados; dolor mezclado con el ayer y el ahora que ofrece la memoria del recuerdo no lastimero sino gozoso.
¿Y quién ha dicho que la poesía no es anécdota? Si no lo es, Bob Gurney no es poeta. En sus suaves imágenes la poesía desborda manantiales.
Mientras más complejo es el código, más claro es el mensaje, ha señalado Charles S. Pierce. Así podemos disfrutar la gracia poética de Bob en la sencillez de una poesía nutrida de complicado entramado.
En su «Poesía budista», minimalista, concatena la reflexión con su Ars Poetica. Los lugares de «La Dama gris» evocan, incomodan, persisten en el lector con una forma del «tú» poético del cual el lector ya ha formado parte.
«Transistores» refleja el sentir de los tiempos, la juventud, la distancia, el compromiso social. Y en «Casamiento Drive-in» se nos regala la parodia de una boda en la que la propina es llamada love donation, lo cual extrae de nuestro rostro una sonrisa y de nuestros sentimientos la tristeza amarga por la comprensión de lo que la sociedad ha (mal)logrado.
«Escucho el sonido triste de la boya en la bahía». ¿Por qué este compartir nos hace tanto daño? Es ese sonido el que queda impregnado en nosotros. Y luego en «Infinidad», «susurra Rimbaud» esos sonidos se escuchan. La aliteración es herramienta prodigiosa para Gurney.
En «Cuervos» ese «ayer» nos paraliza. La poesía es intertextualidad, es alusión y referencia. En «El profeta» hallamos a César Vallejo, no solamente referido sino en franca alusión. En «Jonás» hay duda, curiosidad. Nuevamente el lector forma parte. Y en «La calle fantasma» el poeta alude a sí mismo. Juega con el tema, la anécdota y con el lector.
La comunicación entre él, su hijo y su padre es de una belleza impecablemente compartida por Shaw y por nosotros.
El poeta no escribe para otros, tampoco creo que escriba para sí. Creo que más bien, como decía Sor Juana: «escribo para aliviar mis tristezas».
Teresa Domingo Català
Yo solía decir en mis clases de literatura que la poesía no se lee como una novela, que el libro de poesía debe dejarse sobre la mesa de noche y debe abrirse en la mitad o en cualquier lugar, al azar; leer entonces el poema que cae sobre la mano derecha, o sobre la izquierda, qué más da. Y luego cambiar a una página non o una par. Así se logrará apresar de manera más efectiva, contundente, locuaz, el sortilegio.
Siguiendo entonces mis propios preceptos, abrí el libro Compasión en el tiempo de locos y leí el poema que quedaba del lado izquierdo, llamado «Mal» y quedé atrapada como la libélula que Teresa hizo enloquecer.
Los poemas de Teresa son como si ese muro locuaz estuviese encerrado en cada uno. Sus poemas escinden al lector, lo devoran, lo aniquilan y a la vez lo embellecen.
Luego me encontré «Los páramos», con caimanes apostados a los lados de los postes y me subyugó el caos y el transitar de los páramos.
Acompasados, los sonetos de Teresa vibran impregnados en imágenes a veces tiernas y dulces, otras, fieras y salvajes. «La sangre del monstruo» interrumpe el estilo de ritmo y métrica y se asienta en aliteraciones continuadas, vagas, siniestras, envueltas en dolor y llanto. Hay un gran dolor, dolor de muerte, de temor, de sangre. El lector trepida ante el espanto.
Y abrumadoramente se da paso a los siguientes versos encadenados en sonetos y formas libres, pasmosos poemas cuyas metáforas forman epítetos y sombras.
Así, la brevedad de «A casa» nos confunde e invade: «Suda en seco / en suma / en península…».
Gran dolor y verdad contenidos en suaves formas que Teresa nos despliega. Casacas de guerra, llanto, caminos que destilan angustia. Sin embargo, en la poesía de Teresa hay algo más que tristezas, hay un gran amor que rodea y bordea, que enmarca con gran sutileza la estampida de notas: «Sé clavel, danza en alud, un cerco / de mulas y caballos / sé potro en ristre / sé fusil, / sé cadáver devorado por mil faunos». Existe un firme concepto estético que exige al lector a depurar las letras con filtro incesante cada poema y cada verso.
Los sonidos caen ligeros, ríos que fluyen en su agua musical, campanas que redoblan. Los entornos son éxtasis y viajes, luces, sombras, mas el ingenio brota intermitente.
Y al final: la muerte, a la muerte le dedica el poema más hondo y sincero, el más apasionado: «…y húmeda por los poros de la lluvia / me robaré a mí misma de tus garfios».
Carmen Comas Cabañas
Para Carmen la vida es poesía, es amor, es más que flor de un día, es éxtasis y emoción desbordante.
Rotunda, delicada, impertérrita, nos demuestra en «Génesis» el gran amor y la ferviente pasión hacia su esposo ausente. Hondas cavilaciones hacen de esta prosa, poesía. Y de la poesía: entrega, amor alucinado, recóndita esperanza, incansable espera. Al final de su oda hecha prosa, Carmen ha incrustado con delicadeza un poema de Aleixandre, nada mejor para ilustrar su inmenso amor, el cual estremece con su final verso: «Es tanto mi querer, que no hay olvido».
La poesía de Carmen es amor, y ella misma es amor hecha poesía. Sus largas horas y desvelos, sus diatribas, sus esperanzas y recuerdos, son sol de mediodía, son esplendor seductor, son luz que abigarrada nos ofrece otro día.
Carmen viaja de Barcelona a Tossa, dejando al mar que dicte su destino.
Duelo y martirio, en nocturnas soledades se entremezclan los recuerdos, se entrelazan los ayeres, la nostalgia del amor ido y no retenido, la acechanza de la noche que nos envuelve con su manto, que nos deleita con su encanto.
Carmen es dicha y mar, cielo estrellado. Ella es olejae, arena, brisa, sueños de otras voces y otros mundos llenos de amor, de pasión, de tantas veces nombrados. Habla al amante, «flamante florecer» y desea su presencia «sed doliente». De mares, flores, risas, alba anochecida, vuelo final, descansa en la quietud de la amorosa poeta esa sombra inerte que aún duele y despierta.
La poesía de Carmen es un enfrentamiento a ella misma, es un regodeo de su tristeza y un lamento, esplendoroso y fuerte, que abraza con gran fuerza la pasión y el fuego que continúa encendido, incendiando. Y escucha a su amante: «yo sé que palpitas en la arena». Y solloza: «Grité a la mañana su nombre / en un desorden vertical de lágrimas». Llora a su ermita y quiere «arroparte, venerarte, pues tu existir / blasona los albores que te coronan». Carmen no desfallece en su intento por integrarse de nuevo a su amado y, finalmente, en la noche nos entrega su último verso, en el que concita: «Y yo voy desgranando / los recuerdos del pasado».
[1] Gurney, Bob.. El cuarto oscuro y otros poemas. Madrid, Ediciones Lord Byron. 2008. 68 p.
[2] Comas, Carmen. Génesis y 20 sonetos. Barcelona, Acidalia. 2008. 55 p.
[3] Domingo Català, Teresa. Compasión en el tiempo de los locos. Barcelona, Omicron. 2007. 67 p.
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