Juan Carlos Mendonça, hombre de pluma como pocos, ha escrito un libro llamado Semblanzas y ensayos breves El texto de marras lleva el sello de Intercontinental Editora.
Lo que llama la atención, aun sabiendo que el autor es miembro y expresidente de la Academia Paraguaya de la Lengua española y Miembro Correspondiente de la Real Academia Española, es esa llama que sin vacilar ni un instante, ilumina sus palabras, seduciendo, alumbrando al lector.
Me voy a detener en dos semblanzas que ha hecho el académico. Fluidez de términos y rigor histórico acompañan a sus escritos.
Nos dice, en un homenaje al Bicentenario de nuestra Independencia, con un sentimiento que se valora, y cuánto, por estos tiempos, que Manuel Domínguez nace en 1868, y que el primer signo de vida que percibe es el de las voces airadas contra los enemigos de la Patria.
Ese conocimiento doloroso de la guerra habría de influir grandemente en su alma.
Es una figura grande, que toca los polos, que atrae el odio como el ensalzamiento; su personalidad tiene el brillo y la forma de un meteorito.
Las pobres mentes de su época ponen en el tapete de la discordia situaciones dignas de desprecio. Así por ejemplo, dicen que el doctor Manuel Domínguez «no sabe sentarse a la mesa, no se sabe vestir» Ah…, pero ese hombre es capaz, en un momento de hermosa locura, de abandonar el recinto conyugal y luego entrar por la muralla al cuarto de su esposa para demostrarle su amor y los arrebatos de su pasión.
Sobresalen su talento, su tino, su raciocinio forjado en hierro, en las defensas de gran valor histórico y jurídico de la Patria.
También sus obras de arte muestran el perfil diamantino de este hombre que valora con acierto y conocimiento de causa la obra poética de Alejandro Guanes, autor de Las leyendas. Es integrante, con Cecilio Báez, Eloy Fariña Núñez, Manuel Gondra, Juan E. O´Leary y Manuel Domínguez, de la llamada promoción de 1900.
Fueron sus maestros extranjeros Voltaire, Pascal Taine, Renán. No se hizo solo en el dominio indiscutible de las letras; tuvo la suficiente sabiduría para saber de qué fuente beber.
Era un erudito.
El pueblo paraguayo, arrastrado por el holocausto de la guerra grande, con la miseria diaria y la desolación con las cuales lidiar, necesitaba de alguna voz que retumbara. El encargado de aventar los aires de la tragedia y plantar la bandera del optimismo y la reinvidicación de la causa nacional fue Manuel Domínguez.
Escribe el autor del libro: «Para lograrlo, Domínguez tomó el camino más polémico: el de la verdad agigantada a través de la lente del patriotismo apasionado; tocó el nervio anestesiado de nuestra historia y lo sacudió con deliberada violencia. Así logró, a la vanguardia de una generación cuyo signo era la rehabilitación de nuestro país, formar de nuevo la conciencia nacional en los moldes de la fe, dándole el sentido cabal del patriotismo».
Otra semblanza, que no se puede pasar por alto en estas líneas que me ocupan, hace referencia a la figura ilustre de don Manuel Gondra.
Gondra nació en Villeta, junto al río Paraguay, pero no hay ni museo ni calle que lo recuerden en su pueblo, a pesar de haber sido él uno de los más visibles y admirables consumadores del idealismo y del fervor de la generación novecentista. Consta en el libro que murió a las siete de la mañana del 8 de marzo de 1927 y que la noticia no causó agitación ni fue transmitida con el énfasis nervioso de una novedad. Es que don Manuel Gondra era un sobrio por excelencia. Se lee también que al día siguiente de su deceso, el cadáver fue llevado al puerto (de Asunción) para de allí ser conducido a Villeta, su Villeta, en el «Adolfo Riquelme».
El autor del libro nos pinta al niño pobre que fue Manuel Gondra, vagando por las calles de su pueblo, donde todavía parecía recorrer el dolor propio de la posguerra.
Era inteligente, tenía fe en el porvenir, su carácter fue moldeado por la hecatombe de la gran guerra, de manera que fue un hombre de su época así como de su destino.
Nació para la gloria. Dos veces ocupó el cargo de presidente de la República del Paraguay. Y eso no es todo. También le cupo el honor de sacar a relucir su talento en territorios internacionales en su calidad de delegado del Paraguay en los congresos americanos. ¿Hay más méritos que citar? Pues sí: En varias oportunidades se desempeñó como embajador, canciller y ministro de Guerra.
Muchos individuos se dejan arrastrar y caen en la frustración por culpa de la indiferencia o del mal decir de las gentes. Ah…, yo digo que los espíritus se fortalecen en las adversidades tomando la dimensión de las cumbres que desafían a los halcones.
Don Manuel Gondra, con su honestidad a cuestas, puso empeño gigante por dar una formación cultural al país; su existencia estaba llena de capítulos de heroísmo y patriotismo, y esa existencia, que debería ser un ejemplo de los villetanos, fue un despliegue formidable, admirable de integridad moral.
Escribe el autor, sobre «el paraguayo más sabio de todos los tiempos» lo siguiente: «No fue un estilista, como Domínguez, pero fue el prosista más elegante y más enjundioso de nuestras letras; el más pulcro pensador que hemos tenido. Sin exageración puede decirse que está al lado de las grandes figuras americanas. Además del castellano, que hablaba como un maestro y escribía como un artista, y del guaraní, que estudió con el talento de un filólogo, conocía el griego, el latín, el francés, el inglés y el alemán, que se puso a estudiar para leerlo a Kant en su propio idioma».
Y me pregunto yo: ¿Cuándo habrá un museo «Manuel Gondra» en Villeta?
Manuel Gondra no se merece el descuido.
Se merece, urgentemente, el estudio de su biografía rutilante, en las aulas de los colegios de Villeta.
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