Me ha llegado de España un libro llamado Soldado que huye. El título corresponde a la Colección Hesperya de Poesía. Y el título es sugerente. Hace combinación con una situación que suele ser típica en las guerras: la huida del guerrero cobarde. Pero la huida tiene su explicación. O debería tenerla. Responde a un temor, a una angustia, que se envuelve con su misma capa con la que tropieza y cae sobre el suelo.
Este es un poemario primerizo de la poetisa Laura Casielles (1986), quien estudia Periodismo y Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid. Y el libro que estoy reseñando fue premio en «La Voz Más Joven en la Casa Encendida en 2007».
Creo no equivocarme al señalar que la joven poetisa posee una voz particularísima. Y esa singularidad es un punto de ónix, de perla, a su favor.
Su estilo se sale del común denominador de la galería de la poesía española joven. Una sabiduría que tiene un rasgo de maldad encandiladora (digamos) es un acentuado rasgo de su oficio escritural.
La imaginación es cultivada por Laura Casielles. Un sentimiento humano que a veces nos resulta desconocido, si bien convivimos con él, acompaña sus versos.
El desencanto de un universo que pierde las luces por todos los costados, la fuerza pujante de su ironía que la revela como una artista de quilates, aquel brotar suyo de palabras que encierran metáforas llenas de amor y de espanto a la vez son los puntos cardinales, las afirmaciones más notables de esta mujer que escribe versos.
DOS POEMAS DE LAURA CASIELLES
En mis país a los poetas
no se les permite jugar apuestas,
tampoco casarse, oficiar bautizos
ni ninguna otra de esas cosas
que se hacen con palabras.
Han demostrado con los años
lo bien que se las apañan para decir a posteriori
que cada cláusula de sus contratos
era en verdad una metáfora compleja
y no era cierto que hubiesen legado el reloj a su hijo.
Así que no te preocupes,
sírvete otra copa y asegúrame
todas las cosas que te apetezcan.
He leído tus versos y no tengo
la más mínima intención de pedirte cuentas.
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Resulta imprescindible sobre todo
no establecer rutinas
que puedan revelarse dolorosas en ausencia,
usar el teléfono sólo a horas dispersas,
tragar siempre las espinas y saltar.
Resulta recomendable además
recoger el propio olor antes de irse
pero nunca la mesa.
Resulta de otra parte muy nocivo
dejarse las entrañas,
confesar las heridas,
romperse en sangre.
Resulta imprescindible sobre todo
quitar alambradas de los bordes:
cerrar el paso a la posibilidad
de no querer huir.
Comentarios1
gracias por tu poema
delfina acosta
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