La escritora Chiquita Barreto toca los límites de la sicología humana en su muy inquietante libro La voz negada, publicado por Servilibro.
La novela, con el título de Historia de nadie, ha estado entre las diez obras seleccionadas para el Premio Planeta en el 2003. Esta selección ya nos habla de su trascendencia, de su buen nivel, lógicamente.
Con un lenguaje descarnado, en el que la autora pareciera hallar una suerte de liberación para sus sentidos y sus más íntimos sentimientos, la obra avanza en una relación tormentosa, difícil, entre una madre y su hija.
Hay una permanente interrogante, tal vez cuestionamiento, en torno al destino de las almas, a su posible confinamiento, si eso es posible, y una inquietud trasladada a la idea del Paraíso, del Infierno y del Purgatorio, que se imponen casi como una necesidad en La voz negada.
Eso es llamativo.
Y también son muy llamativos los fantasmas que aparecen en el texto, trayendo su cuota de congoja y de opresión espiritual.
Mundo raro es el universo que nos va pintando la Barreto. Así se lee: “Por su presencia constante en mi casa, aprendí a conocerlos: supe que los espíritus también tienen momentos desesperados; supuse que serían los recuerdos de los sueños incumplidos, de los amores no correspondidos o truncos, de las apuestas perdidas. Hice construir para ellos un cuarto en el fondo y los llené de objetos insólitos, que me parecieron que podrían satisfacer sus necesidades de seres errabundos e inmateriales.”.
La protagonista viene a contarnos, con una voz libre de todo prejuicio y de toda atadura posible, una sucesión de hechos dolorosos que guardan relación con la Revolución del 47.
Toda la bronca contra las barbaries cometidas por los abusadores de las mujeres (tantas de las cuales quedaban estigmatizadas ), contra la delación, contra el hecho de matar por matar, prolongando, a veces, el sufrimiento de la víctima hasta lo indecible, nos ubica en un panorama de supremo espanto y de dolor.
La relatora sutil es la madre, una mujer que se entregó a la crianza de los hijos, que venían sucesivamente.
Y esa madre, que es, como muchas mujeres de una determinada época, el estereotipo del sufrimiento, de la gente que vive atrapada, condicionada por dos polos: el peligro del Infierno y la lejanía del Cielo, no ha de liberar del cordón umbilical a su hija, de una suerte de comunicación sicológica y espiritual, aun cuando ya, entrada en años, se encuentra libre de los compromisos de la Tierra y es ascendida a un sitio especial.
La novela está muy bien delineada. Es, por sobre todo, el planteamiento de un mundo alucinante, devorador casi. Por ese mundo desfilan personajes de todos los carismas, con sus luces y sus sombras.
Y hay pueblos fantasiosos como Golondrina o Aguazul, por ejemplo.
Y hay mujeres que temen muchísimo caer en tentación y otras que buscan ser tentadas.
Y hay, o había, en Aguazul, un burdelito donde unas hermanas trabajaban y donde era harto común que las mujeres tuvieran varios hijos sin padre conocido.
Tantas historias, tantas muertes, tantas vidas, tantos azares, tantos apresamientos, y un contar distinto, diferente y muy apasionado de los sucesos que vio en su infancia la protagonista, llegan profundamente al lector.
El sentimiento reprimido de la madre, la idea de la culpa, la gran culpa, tocan reiteradas veces las líneas de La voz negada.
He aquí una pregunta extraída del texto: “¿Será que las mujeres traemos la culpa en los genes?”.
Y he aquí una respuesta liberadora. “Yo me niego a la culpa”.
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