Según una clasificación funcional, los textos se caracterizan de acuerdo a la función que cumplen en el proceso comunicativo o a la intención que persiguen. De esta forma, los textos pueden ser informativos (informan de algo sin intentar una modificación de la situación), directivos (incitan al interlocutor a realizar alguna acción) o expresivos (revelan la subjetividad del hablante).
El texto expresivo, por lo tanto, es subjetivo y su intención primordial es transmitir sentimientos y un cierto sentido estético. Su intención no es informar, sino utilizar los diversos recursos de estilo para conformar una obra literaria que refleje la expresividad del autor.
Los textos literarios son, en su esencia, textos expresivos. La poesía, la novela y el cuento, entre otros géneros, forman parte de esta clasificación. No hay que olvidar que la expresión es la declaración de algo para darlo a entender y la viveza y propiedad con que se manifiestan los afectos en las artes y en la declamación, ejecución o realización de las obras artísticas, tal como señala la Real Academia Española (RAE).
Como parte del universo literario, los textos expresivos privilegian el mensaje por el mensaje mismo. En otras palabras, se presta especial atención a la forma, aún cuando, obviamente, no se minimiza la importancia del contenido. De todas formas, el escritor de textos expresivos puede jugar con los recursos lingüísticos e, incluso, transgredir las reglas del lenguaje para generar un determinado efecto estético.
Los textos expresivos suelen no ser explícitos, ya que el lector debe formar sus propias ideas respecto a la trama y los personajes. Muchas veces es necesario completar la información que el escritor sugiere pero no presenta, a través de la interpretación de las acciones y de los conocimientos previos.
La narración, la descripción y el diálogo son algunos de los procedimientos que se pueden combinar en la redacción de un texto expresivo.
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